Cortar las manos

Jesús hace una afirmación desafiante, que debe ser bien entendida: “Si tu mano es para ti ocasión de pecado, córtala, porque más te vale entrar en la Vida manco, que ir con tus dos manos al infierno, al fuego inextinguible”. Dice lo mismo de los pies y de los ojos.

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Él nos creó perfectos y el cuerpo humano está lleno de maravillas, que nos encantan todos los momentos, por ello, no debemos interpretar “cortar las manos” de modo literal. Él nos ha dado manos, pies, ojos para que nos ayuden en nuestra misión en este mundo.

Jesús se refiere a ciertas situaciones, personas o cosas que nos llevan a ser infieles al Evangelio, que anestesian la gracia divina en nosotros, que se transforman en ídolos y nos encaminan al fuego inextinguible. Notemos: situaciones, tal vez la corrupción en el empleo; personas, tal vez una unión escandalosa; cosas, tal vez una adoración enfermiza por el dinero.

Vamos a unir la enseñanza de Jesús con las palabras de Santiago: “Sepan que el salario que han robado a los que trabajaron en sus campos está clamando, y el clamor de los cosechadores ha llegado a los oídos del Señor del universo”.

La tradición catequética recuerda que existen cuatro “Pecados que claman al cielo”, porque presentan grave iniquidad. Son ellos: la sangre de Abel (el homicidio voluntario); el pecado de los sodomitas (los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados); el clamor del pueblo oprimido (oprimir a los más vulnerables) y la injusticia para con el asalariado, como dice Santiago. (Catecismo 1867).

Es necesario arrancar estas prácticas y, seguramente otras, cortar su mala influencia para no dilapidar la recompensa que el Señor nos promete, pues Él ama a todos y no quiere que nadie se pierda, o sea, que viva lejos de su Amistad.

Esto indica la importancia de tener un espíritu valiente, capaz de hacer renuncias ahora para ganar después un beneficio más grande. El discernimiento es fundamental, ya que uno no debe dejarse llevar por la corriente del mundo, frecuentemente egoísta y materialista.

Toda renuncia que hacemos para agradar al Señor, para ser más dedicados a su voluntad nos trae grande provecho, pues Él nunca se deja vencer en generosidad.

No hay que temer “cortar las manos... ni arrancar un ojo” si con esto nos volvemos más humildes delante de Él y nos hacemos más solidarios con los empobrecidos, pues Cristo sostiene que no nos privará de la recompensa, aunque demos al semejante solamente un vaso de agua, por su amor.

Paz y bien.

hnojoemar@gmail.com

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