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Mis colegas, ambas profesionales de impecable formación, resultaron sorprendidas cuando les comenté los detalles de aquellos funestos días. Confesaron que Telesur –y mucho menos Prensa Latina– jamás informaron de la patoteada de Maduro en el Palacio de Gobierno, cuando intentó soliviantar a los jefes castrenses, ni que el entonces vicepresidente Federico Franco, acompañado de legisladores, había recibido en su despacho a un grupo de cancilleres entre los que no estuvo Maduro, porque precisamente se había quedado en Palacio a exigir a los comandantes que salgan a defender a Lugo, aún contra lo dispuesto por la mayoría del Legislativo, haciendo uso de la fuerza contra el pueblo y sus representantes, ganándose de paso el apelativo de Gorila Bolivariano.
En el 2012, Chávez estaba vivo, juraba que había sanado y que iría por otro período más. El tiempo demostró que les mintió a todos y de yapa, dejó al menos apto para el cargo al frente del gobierno. Consulté a mis amigas cómo fue posible ello: cómo es posible que un líder carismático, sin dudas de gran inteligencia como Hugo Chávez, haya elegido a Maduro como sucesor. Me explicaron que Chávez manejaba muy mal dos cosas: su ego y la desconfianza. Debido a su enorme ego, sólo fue capaz de confiar en sus abyectos y aduladores, aunque estos fuesen una pléyade de mediocres y obtusos mentales. Los prefirió por encima de todos, en base a la lealtad que les demostrasen, aunque no tuviesen ni formación, ni principios, ni ideales propios. Es decir, Chávez cometió el típico error de los autoritarios: se rodean de incapaces, para asegurarse el propio brillo. Con el agravante de que sometió, tozudamente, a todo su pueblo, a los designios de un incapaz.
Y es así que se puede entender por qué Nicolás Maduro sigue al frente del gobierno venezolano, llevando al país al caos y la anarquía; sólo así se explica por qué Lilian Tintori, esposa del principal líder opositor, debe venir al Paraguay a pedir auxilio, a gritar por la libertad de los presos políticos, a pedir que en Venezuela se restauren la institucionalidad y el Estado de derecho, pisoteados por la brutalidad del autoritarismo.
Hoy hay elecciones en ese país y aún con la desconfianza que pueda merecer un proceso viciado y amenazado, mis colegas dicen que tienen esperanzas. Están confiadas –muy especialmente después de la paliza que dieron los argentinos a su peculiar mandataria– en que el pueblo empieza a entender la mentira del populismo, sus terribles consecuencias y lo que se paga después de años de dilapidar recursos en el sostenimiento de verdaderas tribus de operadores, obsecuentes, lambiscones e inútiles que sólo se especializan en medrar colgados del saco del tirano de turno. Argentina ha iniciado el camino del retorno hacia la razón, el esfuerzo colectivo y la libertad; ojalá Venezuela siga el ejemplo.
ana.rivas@abc.com.py