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Trump quiere volver al pasado glorioso e inmaculado de la señera enseña de las barras y las estrellas, produciendo de la noche a la mañana el gran cambio como el que se dio al principio del siglo veinte, cuando el optimismo era tan desbordante que parecía tocar el cielo. Eran los tiempos de la exaltación de las grandes fortunas y de las infinitas oportunidades haciendo despuntar el siglo veinte con los mejores augurios de felicidad sin presentir quizá que ya asomaba tenuemente en el horizonte sombrío el Leviatán de la depresión económica, de la recesión y la desocupación que se proyectó a todos los rincones del planeta. La catástrofe ecuménica fue de proporciones gigantescas como jamás se había dado en la historia de la humanidad.
Estados Unidos ha pasado por otras crisis no tan severas como la del 2008 que sigue repercutiendo hasta el día de hoy, aunque para muchos que no quieren ver la realidad, esto resulta inadmisible. No hay que ser tan perspicaz para notar sus efectos letales encarnados en la epidermis social. ¿Con qué recursos humanos y económicos Trump espera revertir esta situación que no tiene similitud ni réplica, ni referencia a la bonanza de comienzos de siglo veinte que el nominado republicano piensa reivindicar con un golpe de mano? Y ni que pensar en los dorados años de la década del cincuenta cuando el país del norte dentaba casi la mitad de la riqueza mundial, monopolizando en gran medida el comercio y las finanzas, erigiéndose en una potencia nuclear de primera magnitud sin competidores que pudiesen cuestionar su exclusivo liderazgo. ¿Cómo podría llegar a la época del aislacionismo que detentaba antes de la Primera Guerra Mundial y luego de esa gran contienda cuando los Estados Unidos vivía exclusivamente de sus propios recursos y para su bienestar sin tener que depender mínimamente de la comunidad internacional? ¿Cómo lidiar con el problema racial, con la creciente amoralidad, con la disolución familiar, con el tráfico de drogas, con el alcoholismo, con el hedonismo, con la displicencia, con la ausencia del sentido de sacrificio y austeridad para levantar a la nación? ¿A qué motivación tendría que apelar, a qué cosmovisión tendría que echar mano para hacer rodar nuevamente la maquinaria de la producción para paliar la desocupación y hacer de la nación un emporio de competitividad como tuvo en su pasado glorioso? Trump es partidario del “evangelio de la prosperidad” donde todo es color de rosa de lo que tendremos que ocuparnos en otro comentario por la vastedad de sus consignas ¿Podría lidiar con el ISIS con medidas simplistas bajo el expediente de expulsar del país a los sospechosos feligreses y adoradores de Alá?
¿Cómo podrá retacear la ayuda que los Estados Unidos brinda a la OTAN sin que ello redunde en una pérdida de liderazgo y de presencia mundial? Estas y muchas preguntas quedan flotando en el ambiente esperando el gran acontecimiento de noviembre, donde se jugará en cierta medida el devenir del pueblo norteamericano, y porqué no decirlo con cierta prudencia, el de toda la humanidad.