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Los despilfarros, las asignaciones y los derroches, jugosos menúes son bofetadas para la ciudadanía. Es más grave aún porque existen miles de trabajadores que procuran ganar el sustento diario con el sudor de la frente. Cada parlamentario tiene un equipo técnico, asesores, secretarias, secretarios y hasta “mecánico de oro” para sus tareas.
La división tripartita de los poderes: Ejecutivo, Legislativo y Judicial, idea del filosofo enciclopedista Monstesquieu (1689 a 1755), fue precisamente para el contrapeso y equilibrio de los poderes.
Sin embargo los políticos llegan al poder, se encandilan y pierden la capacidad de escucha de la voz del pueblo que pide templanza, prudencia, mesura y equilibrio. Estos cuatro valores se perdieron o están rezagados en el ámbito político, no solo el poder Legislativo. Los clanes que se han formado en cada periodo presidencial se volvió una costumbre desvergonzada en esta transición hacia la democracia.
El Congreso históricamente es un símbolo de la democracia, un poder deliberante y legislativo donde se deben discutir y analizar los proyectos de leyes en beneficio del pueblo. Pero, el análisis debe realizarse a la luz de la razón, la lógica y debe primar el sentido común.
Los congresistas deben demostrar ecuanimidad y delicadeza en sus acciones y sobre todo sabiduría, que no es otra cosa que aplicar las reglas de urbanidad, educación y buenas costumbres. Las acciones se deben traslucir en cada reunión y en los actos públicos donde participan porque representan al pueblo. Los escándalos, las diatribas, el fanatismo y el clientelismo partidario desmeritan a los parlamentarios. Es necesario, por la salud de la democracia, que el Congreso recupere el sitial que le corresponde.
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