Con la mafia no se juega

En una entrevista con el vicepresidente de Colombia, Francisco Santos, allá por el 2003, hablamos de las Fuerzas Revolucionarias de Colombia (FARC). Conoce muy bien porque figura entre las tantas víctimas de secuestro (1990). Entonces era  jefe de redacción del diario El Tiempo y una vez liberado creó la fundación País Libre que organizó manifestaciones multitudinarias exigiendo el fin de la violencia.   

Una cuestión que recuerdo de aquella conversación es la advertencia que hizo:  con la mafia no se juega. Recordaba que en los 70, cuando las FARC comenzaban a operar con más fuerza, existían organizaciones sociales y campesinas que simpatizaban con ellos y los justificaba. Asimismo, había grupos políticos que apoyaban a estos insurgentes y hasta algunos candidatos recibían apoyo económico de ellos. Luego, las FARC crecieron y comenzaron a secuestrar, a colocar bombas y a asesinar, en casi toda Colombia. Reducía su advertencia diciendo que si se juega con la mafia,  tarde o temprano se llega a ser víctimas de ella.   

Tuve presente aquella entrevista, al escuchar en estos días que hay  personas que intentan justificar al autodenominado Ejército del Pueblo Paraguayo (EPP). No sé si existe o solo es una fachada de un grupo de criminales que utilizan una supuesta causa política para desviar la atención. Lo que puedo testimoniar es que cuando en el 2006 quemaron un puesto policial en Hugua Ñandú para robar armas, tuve la oportunidad de acompañar a las fuerzas del orden que fueron para allá. Recorrimos durante una semana por tierra y aire toda la zona, sobrevolando todo el lecho del Jejuí y los montes que rodean la región. Más algunos campamentos precarios y huellas de traficantes de rollos, nada. 

Ahora, una realidad constatada fue  el temor de la población. En Hugua Ñandú, escuchan y saben de ellos, pero nadie lo va a decir en voz alta ni mucho menos denunciar ante las autoridades.  

Entonces es importante considerar la advertencia de gente con experiencia que ya lleva 50 años conviviendo con la violencia. Hemos de tener mucho cuidado cuando tengamos que encarar este tema. Y cuanto más alto el nivel de responsabilidad, más prudencia.   

Debemos ser conscientes de que nuestro país es un escenario propicio para la instalación de grupos así. Con una policía infiltrada hasta los tuétanos por la corrupción, una milicia desmovilizada e inútil y con una pobreza extrema en materia de instrumentos tecnológicos, los delincuentes pueden andar a sus anchas en toda la república.   

Así que, antes de convertir el tema en una estéril discusión política o de andar buscando vínculos con este o aquel político, es urgente y necesario llamar a nuestros líderes a una reflexión serena y seria para enfrentar esta situación. Es igualmente urgente reforzar nuestras fuerzas de seguridad, con mejor formación y más equipamiento, antes de que sea demasiado tarde.
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