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Es muy importante que seamos conscientes de qué y cómo nos comunicamos. Tal como a muchos nos ocurrió con las sufridas clases de matemática, las clases de castellano en la escuela descubren inexorablemente su razón de ser a lo largo de nuestra vida. Resumidamente, en la comunicación existen elementos básicos: qué se quiere comunicar (mensaje), quién lo quiere comunicar (emisor), a quién debe llegarle ese mensaje (receptor), la manera en que lo haremos (canal, código) y el momento y la situación (contexto). Por supuesto, en la práctica, aún en el contexto más cotidiano y rutinario, es tan significativo lo que yo emito como lo que el otro entiende. Entonces, nuestro trabajo paralelo es buscar maneras de cerciorarnos de que el otro entendió lo que quisimos decir, o viceversa, que entendimos lo que el otro expresó. Y por supuesto, no descartar la intencionalidad.
Enseñar –con la práctica– una buena comunicación primaria es obligación de todos: padres, maestros, toda persona formada. Cada familia tiene su manera de comunicarse y paralelamente cada miembro trae y/o desarrolla otras particulares. Muchas veces las grandes frustraciones o cargas que llevamos se deben a que no aprendimos a comunicar/nos. La falta de comunicación acarrea lo insatisfecho.
Algunos puntos claves son: ser buen oyente (evitar ser “consejeros”), no interrumpir, ser empático, buscar momentos propicios para el diálogo, esforzarnos por profundizar la comunicación. Según los psicólogos existen 28 maneras de comunicación. Seguramente hay muchas más aún no descubiertas. Pulamos por igual palabras, pensamientos e intención. “El problema más grande de la comunicación es la ilusión de que ha tenido lugar” (Bernard Shaw).
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