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La primera variable es la edad y características de los educandos. No es lo mismo educar sensibilidad en Educación Inicial, que en Escolar Básica, Media, Educación Superior o en Educación de Adultos. Y no es lo mismo educar a hijos o educandos serenos, en ambientes seguros, en medios socioeconómicos satisfactorios, que en ambientes con necesidades vitales insatisfechas, viviendas inhumanas y contextos de dureza de vida.
La segunda variable corresponde al tipo de sensibilidad que queremos desarrollar. No es lo mismo educar para la sensibilidad estética en el mundo del arte, que educar la sensibilidad moral o la sensibilidad ecológica promoviendo la calidad de relaciones con la naturaleza. Finalmente, no es lo mismo educar para la sensibilidad socio-afectiva en las relaciones humanas directas, que esa sensibilidad desde el ámbito de la literatura, el cine o la televisión y con las vivencias de creación en la propia imaginación o fantasía.
En todas las situaciones que determinan las diferentes variables hay elementos comunes y elementos diferenciados específicos. Por eso es imposible responder satisfactoriamente a la pregunta, porque en esta columna no contamos con espacio.
Una madre española cuenta que un día, al volver su hijo del colegio, donde estuvo ocho horas, ella le preguntó “Hijo, ¿cómo te fue en el colegio? ¿qué hicisteis?”. Todo lo que el hijo le contó fue que vieron un video de 35 segundos que le impresionó y le estaba haciendo pensar. “¿De qué trataba el video?”, preguntó la madre. “Un bebé, que apenas sabía caminar, después de ver en la tele a varias personas que lloraba, se acercó a la tele y les dio su chupete por la pantalla”.
Todos sabemos que los niños tienen una sensibilidad extraordinaria. En mi opinión, el problema en educación de la sensibilidad está en que los adultos, sobre todo los varones, tanto en la familia como en la escuela, confundimos sensibilidad con debilidad y por querer que superen la debilidad con fuerza y fortaleza, les matamos la sensibilidad. Les decimos “hay que ser fuertes, no llores; no es para tanto; ya está bien”. La confusión surge por desconocimiento de lo que es la sensibilidad y porque menospreciamos, no apreciamos la sensibilidad como valor.
Siempre me impresiona que un hombre tan fuerte y valiente como Jesús de Nazareth, cuando fue a la casa de Lázaro su amigo, que había sido enterrado hacía cuatro días, estando muchos judíos en la casa, al ver llorar a María, la hermana de Lázaro, Jesús lloró también; aun sabiendo que minutos después les iba a hacer el impresionante milagro de resucitar a Lázaro, sacándolo vivo de la sepultura. La fortaleza y la valentía no están reñidas con la sensibilidad.
Gracias a la extraordinaria sensibilidad que tienen los niños, aprenden muchísimo en muy poco tiempo; aprenden a hablar solamente escuchando. Poco a poco, sin libros ni clases, perciben con máximo interés lo que habla su madre, su padre, los mayores y asimilan maravillosamente la lengua. Quieren conocer todo, entenderlo.
Según una investigación de los norteamericanos, Branderburg y Boyd (citados por A. Aguiló, 2006), los niños entre cuatro y ocho años formulan un promedio de 33 preguntas por hora. Su extraordinaria sensibilidad ante los estímulos de cuanto surge en su entorno, motivados por su necesidad de conocer y comprender todo les impulsa a producir tantas preguntas.
Los educadores de niños, padres y profesionales, saben que están expuestos a ese constante bombardeo de preguntas. Sin embargo, muchos profesores de universidad se quejan de que los alumnos no hacen preguntas en clase. ¿Qué ha pasado entre la infancia escolar y la juventud universitaria? Sin duda, una grave pérdida de la sensibilidad. Los estímulos de la realidad envolvente no penetran, porque la sensibilidad está anestesiada y la motivación por aprender empobrecida.
La educación de la sensibilidad se ilumina con el apoyo de ciencias auxiliares de la educación, como la fisiología, neurología (neuroeducación), psicología, ética, estética, ecología, sociología, axiología (valores), etc.
Brevemente, la sensibilidad se educa ayudando a percibir y gustar todo ser, especialmente en su bondad y belleza, aun cuando se presente con estímulos tenues, suaves y débiles.
jmonterotirado@gmail.com