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Son datos de la realidad que no pueden ignorarse en el intento de entender lo qué pasa en Brasil. Lo que pasó este domingo 7: ¿por qué votaron así?
Pero no son suficientes como para anticipar lo que va a pasar el domingo 28, cuando se elija definitivamente entre Bolsonaro y Haddad, el próximo presidente de Brasil. Hay un dato más: 30 millones no fueron a votar, y de lo que hagan estos el 28 dependerá el resultado final. Todo puede cambiar; difícil, pero no imposible.
Mientras tanto, se pueden tomar apuntes de lo que hay: cifras elocuentes, lapidarias algunas, datos curiosos, récores, detalles, pero que todos ayudan, por ejemplo, a desnudar el “relato progresista” construido en los últimos 20 años, y al que han acompañado con frivolidad profesional corresponsales de paso y a término de los grandes conglomerados de la información y “académicos”, “analistas” y “expertos” en América Latina, en su gran mayoría afincados cómodamente en los EE.UU., conocido como “el imperio”.
Lula se resiste. Hay y habrá quienes insisten e insistirán en que si hubiera sido candidato habría ganado. Y así quedará. Dicen, por ejemplo, que es un “preso político” y difícilmente exista un reo que haya recibido más garantías que él. No puede ser candidato exclusivamente por aplicación de una ley aprobada por su propio gobierno.
La cuestión es ¿dónde está ese 40% de apoyo? El que le daban las encuestas, muy alegres y díscolas en los últimos tiempos.
Con Lula pasa algo especial. En su primer gobierno compró el voto de los diputados (mensalão). Lo hizo su mejor amigo y colaborador de más confianza y jefe de su gabinete, José Dirceu. Lula no se enteró. Participó en la designación de directivos de Petrobras. Él, nada que ver con la corrupción en Petrobras. Mimado y esponsoreado por Odebrecht, fue su promotor y gestor en toda la región. Idem, nada que ver. Vive en un dúplex, que no es de él, pero no se sabe de quién, ni quién paga los impuestos. ¿Es okupa? ¿Y, además, resulta que tiene un respaldo de más de 45 millones de brasileños y no se los pasa a nadie?
Lula quiso esquivar la justicia buscando “fueros” con su heredera Dilma y se les “descubrió” la maniobra. Optó entonces por la de ser candidato. Lo iba a conseguir, incluso con el pueblo en la calle, dijo, y amenazó más de una vez. Y no pasó nada. Muy poquito el apoyo militante.
Los hechos, más que con las “noticias” que se propalaban, coincidieron con la votación. Le fue mal al PT y en especial a la expresidenta Rousseff. Esta ni figuró en su aspiración al Senado: cuarta en su estado de Minas Gerais. Y, por si fuera poco, la profesora Janaina Paschoal, autora del proceso de impeachment aplicado a la expresidenta, alcanzó en la elección para la Asamblea Legislativa del Estado de São Paulo la mayor votación de la historia de Brasil entre candidatos a diputado. Vox populi, vox Dei. ¿Sí? ¿O solo vale si es progresista?
¿Por qué este cambio en Brasil? Porque cualquiera que gane el 28, Brasil ya cambió, y mucho.
¿Se volvieron racistas, misógenos, homofóbicos y seguidores de Hitler y Mussolini 50 millones de brasileños? ¿En estas últimas seis semanas?
No se trata de insultar, ridiculizar, descalificar a Bolsonaro o a Trump. De lo que se trata es de analizar por qué los norteamericanos votaron a Trump y los brasileños a Bolsonaro.
Vale la pena detenerse a hacerlo. El esquema cada vez es más maniqueo. Se alimenta la intolerancia. Y los fanáticos, fundamentalistas, enfermos y fascistas no están de un solo lado. Los hay en todos lados. El cuento de que la derecha es corrupta y la izquierda no, se acabó. ¿O quieren algunas decenas de ejemplos? Hay fanáticos –y avivados– de todo tipo, algunos sí mejorados por “el relato” y cobijados bajo lo que han impuesto como políticamente correcto. Pero la gente no es tonta. Se da cuenta. Lo malo es que, ya agotada de tanto abuso, de tanta cátedra y de tanta soberbia, reacciona y sobrepasa límites, y eso no es bueno.
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