Blas Garay, a 112 años de su muerte

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En un recodo de nuestra historia siempre trágica, un disparo artero detiene el vuelo señorial y ascendente de una de las "mentes mejor nutridas" de la intelectualidad paraguaya. El 18 de diciembre de 1899, Blas Manuel Garay Argaña, aunque aferrado desesperadamente a la vida –consciente, tal vez, de lo mucho que aún podía aportar a la patria–, sucumbe ante la herida de bala de cuarenta y ocho horas atrás. Una junta médica, conformada por los doctores Héctor Velázquez, Facundo Ynsfrán, Antonio Gasparini, Arturo J. Medina, David Lofruscio y Enrique Marengo, asiste impotente ante el ruego desesperado que, en su agonía, lanza a Gabriel Valdovinos: "Sálvame". Afuera de su domicilio, la peregrinación popular es incesante. "Pobres y ricos, hombres y mujeres, toda la población asuncena desfila ante él, angustiada por una pena infinita".

El 16 de diciembre de ese año, durante un acontecimiento social organizado en Villa Hayes por el ministro de Guerra y Marina, coronel Juan Antonio Escurra, el joven republicano es herido por otro joven, Néstor Collar, hijo de un ex ministro de Justicia, Culto e Instrucción Pública, Mateo Collar (durante el gobierno del general Juan Bautista Egusquiza), y contra quien Garay había desplegado una "demoledora campaña" desde su diario La Prensa, por presunta defraudación al fisco en el rubro de aranceles de las libretas escolares de todas las escuelas del país. A pesar de las amenazas de su enemigo y de las advertencias de sus amigos, Garay, hombre de gran valor, acude a su cita ineludible con el destino.

Hombres ilustrados de todas las tendencias ideológicas lloran la prematura muerte de Blas Garay, el primer mártir del periodismo paraguayo. Cecilio Báez fue uno de ellos: "Al doctor Garay le es deudor el país de un gran servicio; él ha sido el primer paraguayo que acometió la labor patriótica de escribir un ensayo de historia nacional y una monografía de la República de los Jesuitas, revelando hechos no conocidos antes por ningún historiador americano". Para Manuel Gondra, el alma de Garay tenía culminaciones de montaña. "La elevación de ésta le dio su talento, pero no hemos conocido sino una de sus vertientes; la otra ha quedado en las sombras, porque el sol se ha detenido cuando se iba acercando al meridiano".

Recordando su paso por El Tiempo, donde fueron compañeros de redacción, Fulgencio R. Moreno afirma que Garay llegó a levantar el periodismo en nuestro país "a una altura que jamás alcanzó y que difícilmente volverá a alcanzar, convirtiéndose en el más prestigioso y respetado campeón de la prensa paraguaya". Hérib Campos Cervera (padre) lo compara con el español Mariano José de Larra: "Los dos defendieron la misma causa, con valor poco conocido y atacaron las exacciones de un pueblo corrompido y los dos murieron de una manera trágica".

El homenaje póstumo, en representación de la Comisión Directiva del Partido Nacional Republicano, a cuyas filas se había incorporado Garay de la mano de Bernardino Caballero, lo pronuncia el doctor Eduardo Fleytas: "Fue el censor riguroso de los que, enseñoreándose de su mandato, se han mostrado pocos fieles a sus deberes de gobernantes".

Las oraciones fúnebres ante la tumba de Garay definen las dimensiones de su quehacer intelectual: investigador riguroso, historiador, periodista intransigente y político insobornable, tareas a las que se dedicó con igual pasión y tenacidad, sin descuidar ninguna de ellas. Pareciera que su espíritu, dominado por la insaciable necesidad de devorar cuantos libros tuviera a su alcance, presagiaba su pronta desaparición física. Pareciera, también, que esa misma premonición le impulsaba a desplegar un esfuerzo sobrehumano, catorce horas al día, para producir todo cuanto pudiera en el menor tiempo posible.

En Garay viven un político, un historiador y un periodista; pero esa "multiplicidad, al contrario de ser una dispersión, es sencillamente la pluralización enfática de la unidad (…) A Garay, o se lo ve en totalidad o hay que renunciar a verlo, salvo que se ejerza sobre él el injustificado agravio de falsearlo, mutilándolo".

Desde muy pequeño conoció los rigores del sacrificio para sostener a su familia. Nacido en Asunción, el 3 de febrero de 1873, en el hogar formado por don Vicente Garay y doña Constancia Argaña, tempranamente, en 1878, él y sus hermanos menores (Eugenio Alejandrino y Juan Jorge) quedan huérfanos de madre. Acompañando a la abuela materna, doña Nemesia García de Argaña, a cuyo cuidado quedaron los niños, y a su tío Ladislao Argaña, se trasladan a Pirayú, donde este último había conseguido trabajo como jefe de la estación del ferrocarril del pueblo.

A los once años, "gracias a su inteligencia vivaz y a la seriedad de su carácter", es nombrado auxiliar de la escuela elemental de Pirayú. Gana cuatro pesos mensuales. Muy pronto aprende el oficio de telegrafista, de la mano de su tío Aureliano Argaña (quien había sustituido a su hermano Ladislao en la jefatura de la estación), y se adjudica otros doce pesos mensuales. Ambas sumas entrega a su abuela para sostener a la familia.

Trasladado nuevamente a la capital, prosigue sus estudios en el Colegio Nacional, donde concluye el bachillerato. Ingresa a la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Asunción y termina la carrera de abogado de seis años en tan solo tres. Casado con María Antonia Valdovinos, llega a España como encargado de negocios.

A pesar de ser considerado como el precursor del revisionismo histórico en el Paraguay, a 112 años de su muerte, Blas Garay todavía no recibió la reivindicación histórica que su memoria se merece. Menos aún del partido dentro del cual militó desde temprana edad.

* Periodista, docente y político
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