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Significa que educación es vencer varios estadios, como decía Platón; empezando por el estado biológico: lograr la capacidad de pensar y discernir, proyectarse con ideas y obras positivas en la sociedad. Es decir, evolucionar y desarrollarse hasta alcanzar la categoría del ser humano, educado, personalizado y socializado, con posibilidades de promover principios y valores e insertarse en el mundo laboral con eficiencia, idoneidad y capacidad resolutiva.
Una persona mal educada es aquella que llega al poder y se vuelve prepotente, atorrante, cínica, aprovechadora, ladrona y corrompe su entorno. Es para tener en cuenta.
Ahora bien, la verdadera educación se consigue en la familia, donde los padres deben ser los primeros maestros que enseñan valores a sus hijos. “El futuro de la humanidad se fragua en la familia”, decía el papa Juan Pablo II en su exhortación apostólica Familiaris Consortio, 1981. En el hogar se aprenden valores, como respeto, amor, comprensión, responsabilidad, tolerancia, puntualidad, trabajo, diálogo, capacidad de escucha y empatía.
Se ha demostrado a través de la historia que si la familia falla, el sistema educativo no sirve para nada.
El otro estamento importante es el docente que necesita recuperar su rol de motivar y enseñar, manejar la didáctica y la pedagogía para el aprendizaje. Si el docente no está preparado, no hay plan ni reforma que valga.
Tenemos el ejemplo de la filosofía de la educación paraguaya tan bien pensado, pero que en lo cotidiano abundan atorrantes sin escrúpulos desde los poderes del Estado y en los diferentes estratos sociales.
Para educar hay que pisar tierra firme; trazar fines y objetivos con miras a formar a la persona humana.
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