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Infiero que no fue casualidad que, pocos días antes, una extraña entidad similar se haya manifestado en la Sala Bicameral del Congreso, donde tres pastores venidos de no sé dónde (no eran los Reyes Magos) ejecutaban un ritual religioso de esos que llaman “imposición de manos”, habilidad mítica con la que se transfiere un don especial, se transmiten los wasaps del Espíritu Santo, se cura una enfermedad o se resuelve cualquier contrariedad que convenga en el momento. En el curso del espectáculo una persona cayó al suelo convulsionada, mientras los corifeos proclamaban alabanzas al Señor.
Sospechamos que el espíritu que derribó al delirante en la Sala Bicameral es el mismo que fue espantado por Miguel Gómez Fariña, en Villa Ygatimí, dos días después. La conexión se avala con lo siguiente: los predicadores oficiantes en el acto religioso del Congreso liberaron al duende que traían embotellado, pero omitieron volver a encerrarlo inmediatamente de acabada la función, que es lo que todo manual de hechicería aconseja hacer. Es resumen, fue un clarísimo caso de mala praxis espiritual.
Pero, yendo más profundo, ¿Qué hacen religiosos, nigromantes y taumaturgos operando en las dependencias del Poder Legislativo? No es la primera vez que se permite ingresar a ese recinto republicano a gente que va a predicar, a rezar, a desmayarse o a practicar magia. No hace mucho, uno de estos predicadores trashumantes fue introducido a la Cámara de Senadores, donde logró hacer hincar de rodillas a los que se hallaban en la sala; con lo que también se hizo arrodillar a la misma Constitución, que define al Estado como institución que debe mantenerse apartada de toda confesión religiosa.
¿A quién responsabilizar de la presencia de esta clase de gente en el Congreso? Se rumora que la gestora de este espectáculo fue una jefa administrativa que es correligionaria de los predicadores y aprovecha su posición para meterlos. Una pastora-gestora que, con el guiño cómplice de sus superiores, introduce a propagandistas de su secta al edificio. Al presidente de Diputados, Miguel Cuevas, los predicadores milagrosos -milagreros sin milagros- le halagaron con una placa de reconocimiento, al tiempo que empleaban los altavoces para anunciar triunfalmente que “Dios entra en negocios con esta Nación”. No trascendió -porque ningún periodista tuvo el tino de preguntar- qué se le ocurrió al diputado Cuevas al mezclarse en tales patrañas. Aunque, tal vez solamente oyó eso de “entrar en negocios” y se entusiasmó.
Cabe preguntarse, por último, si el espíritu que los pastores dejaron escapar de la botella fue nuevamente cautivado y llevado de vuelta, o nos lo dejaron aquí como anticipo de los negocios divinos que vinieron a establecer. Del hombre que cayó fulminado en una imposición de manos no se volvió a saber; debe estar ya recuperado, pues estas posesiones duran solo lo indispensable para avivar el espectáculo. Lo mismo cabe esperar de la salud de la vaca poseída de Ybytymí. Lo que va a ser difícil recuperar es el decoro de la legislatura.
El avance de la floritura seudorreligiosa en nuestro país es, francamente, alarmante. Si el recinto del Poder Legislativo, el más representativo de la república laica, es fácilmente usurpado para servir de escenario a charlatanes, rezadores y alabancistas venidos de cualquier parte, ¿qué esperar en lo sucesivo? Porque, perdido el recato una vez, lo que resta es soez.
Tal vez en la Sala Bicameral del Congreso pronto se ofrezcan algunas exhibiciones de liturgia yoruba, macumba o vudú. Zombis, por lo menos, me dicen que ya hay algunos allí. Bueno, por algo se empieza.
glaterza@abc.com.py