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Este cuidado es esencial para estar 100 % conectados con el otro, con la sociedad y la naturaleza. Hemos visto en estos días la manifestación universitaria, gente que lloró, se emocionó. La filósofa Judith Butler menciona: “Después de todo la justificación para la lucha se da en el campo sensorial, se utiliza el sonido y la imagen para reclutarnos en una realidad y para hacernos participar en ella. En cierto modo toda guerra es una guerra sobre los sentidos. Sin la alteración de los sentidos, ningún Estado podría hacer la guerra”.
Hay cosas que no queremos ver ni escuchar, porque la memoria nos trae a flor de piel algo doloroso; no en vano se dice: “El que se quemó con leche, ve una vaca y llora”; quizás es por un trauma personal o por experiencias de otros que nos quedaron grabadas. Cuando algo malo sucede, casi siempre echamos la culpa a los malos pensamientos, pero no debe atribuirse la culpa a la mente, ya que ella está asociada a los sentidos. Con los sentidos recopilamos información del ambiente y la enviamos al cerebro. Por eso, para lograr limpiar la mente, es importante ser cuidadosos y selectivos con lo que comemos, olemos, escuchamos, tocamos y vemos.
Lamentablemente, con el bombardeo de la propaganda, pareciera imposible lograr un poco de pureza mental, no obstante surgen hoy esperanzadoras propuestas de vida más sencilla, para revincularnos con lo esencial.
Finalmente, no está de más recordar que cada uno de nosotros tiene una facilidad de comunicación y aprendizaje mediante determinados sentidos: somos más visuales, auditivos o kinestésicos (gusto, tacto, olfato, muy emotivos). Sería excelente saber cuál es nuestro sentido más desarrollado y, a su vez, aprender a reconocer el del otro para comunicarnos óptimamente. No sin profundidad expresaba Víctor Hugo que “los sentidos son las guías del alma”.
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