Admitir la realidad

Todos quedamos sorprendidos con el resultado de la conferencia de prensa que dieron la pasada semana las autoridades encargadas del rescate del lago Ypacaraí.

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La situación planteada con el lago constituye la muestra más válida de cómo se manejan las instituciones públicas del país.

Estoy segura que probablemente todos los involucrados decían toda, o casi toda la verdad, y sin duda habrán hecho su parte.

Pero la cruda verdad es que el problema es tan grande que excede completamente la labor de una sola agencia o institución. Es justamente por ello que se acrecienta el problema, porque los encargados del socorro no saben cómo trabajar en equipo, ni compartir información y recursos, y esto no es una exageración.

Los problemas tampoco se agotan en el desconocimiento del valor del trabajo en equipo; otra barrera difícil de vencer es la desconfianza, que es sin duda un mal endémico de la nación y que también se refleja en la administración pública. ¡Todos desconfían de todos!

Pero también, aclaremos en justicia, que si se cambian los personajes el resultado sería el mismo.

No se trata de las personas, es algo mucho más profundo porque se trata de la cultura o de la idiosincrasia, como mejor se entienda.

Hace unos pocos días apareció un artículo publicado en la prensa acerca de lo que se espera de un Presidente de los Estados Unidos, y resumiendo decía que la expectativa está puesta en que cumpla cabalmente con su función de acuerdo a un rumbo que ya viene trazado de antemano, sin imprevistos ni sorpresas como parte de una maquinaria.

Lo único necesario para que la maquinaria opere de manera prodigiosa es que cada uno haga su parte de acuerdo al libreto y se convierta en aceitado engranaje. Esta receta que sirve para el país más poderoso del mundo no sirve para nosotros.

Es menester por ello que reconozcamos nuestras limitaciones y aprovechemos esta emergencia para echar mano de soluciones creativas y quizás más adecuadas a nuestra realidad.

Una de ellas quizás sería crear la figura de un comisionado especial que centralice todas las operaciones necesarias con plenipotencias para ordenar, organizar, definir e impulsar tanto acciones como sanciones.

Este comisionado tendría que ser ese “campeón o campeona de las causas perdidas” que tome el desafío y lleve adelante el rescate.

La figura existe en muchos lugares del mundo y sin ir más lejos aparece en nuestra Constitución algo bien parecido, que es el Defensor del Pueblo que tiene como mandato también atender los reclamos populares.

Se podría pensar en un “ombudsman ambiental” de carácter ad hoc.

En fin, a esta altura ya tendría que ensayarse de todo para ver cuál de las propuestas es la acertada.

¡Pero por favor, no sigamos perdiendo tiempo, porque hasta ahora todo está muy verde… casi como el color de las algas del lago!

sheila.abed@idea.org.py

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