Adiós a un gran maestro

Cuando un amigo se va, queda un espacio vacío que no lo puede llenar la llegada de otro amigo, nos dice la hermosa canción de Alberto Cortez. Cuando un gran músico se va, el espacio vacío es enorme al tratarse del artista, compositor, intérprete y director musical Antonio Ovelar. El maestro del folclore que durante tantas noches y madrugadas dio vida a las polcas y guaranias nos ha dejado hace unos días para ir a dirigir otros coros en el más allá. 

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Nacido en una familia humilde en 1947, Antonio conoció precozmente las calles asuncenas en busca del pan diario y por allí se mezcló con los bohemios de plazas y parrilladas de los años 60. Apenas tenía 18 años cuando integró el grupo musical Los Rutilantes, iniciando así una larga y fructífera carrera como músico, compositor, intérprete y director de orquestas. 

Aunque Ovelar integró varios grupos, sus momentos cumbres fueron cuando formó parte de los inolvidables Los Troveros de América y cuando creó en 1978 el grupo Los Cumbreños, ya bajo su dirección. Con este último conjunto cosechó una exitosa carrera musical durante 35 años. 

Antonio es autor de varias canciones nativas de gran éxito como “Soltéronte che aikose”, “Che mandu’ávo Loma Clavel-re” y “Navidad de mi pueblo”. Como arreglador musical realizó una versión extraordinaria de la marcha “Patria Querida”, canción que se volvió un símbolo de la lucha contra la dictadura stronista. Tuvo asimismo una encomiable labor como director del coro de la Cooperativa Universitaria en la última década. 

En sus memorias Ovelar recuerda con cariño y nostalgia una época difícil de su vida: sus primeros pasos como intérprete. Eran los años 60; los músicos, con guitarra a cuestas, esperaban en las puertas de las parrilladas y bares como Panuncio por si algún cliente les contrataba para llevar una serenata y así salvar los gastos del día. 

Con toda una vida dedicada exclusivamente a la música paraguaya, don Antonio sembró muchos alumnos y cosechó el debido reconocimiento de sus colegas, quienes en los últimos años le brindaron conciertos de homenaje a su trayectoria y a su prolífica mente creativa en el campo musical. 

Nació en cuna humilde y falleció en las mismas condiciones porque el vil metal no le sacaba el sueño ni los autos de alta gama eran su obsesión. Vivía y respiraba la música paraguaya en todo momento, ya sea escuchándola, interpretándola o rasgueando su guitarra mientras probaba la combinación de arreglos para crear un nuevo tema, bajo la sombra de un árbol en su casa del barrio San Vicente. 

Un talentoso ruiseñor de nuestro folclore calló para siempre. Ya no lo escucharemos en sus conciertos cantando “Patria querida, somos tu esperanza...” y tampoco ese arreglo tan especial que hizo de “Mira lo que son las cosas, nos vamos poniendo viejos...”. Nos quedan sus discos y su recuerdo, así como su legado de cómo hay que hacer patria desde cualquier trinchera, con las armas que te da la vida, que, en su caso, fueron su talento musical, su guitarra y su empedernido y eterno amor a nuestra música nativa. Descansa en paz, hermano Antonio; la patria guaraní te dice simplemente: gracias.

ilde@abc.com.py

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