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Si solo nos fijáramos en las cifras, la situación sería casi perfecta. Paraguay pudo contener la propagación del virus, aunque se sigan reportando algunos que otros casos de contagio comunitario.
La realidad es muy diferente, porque si bien aún tenemos poco más de mil personas que contrajeron el nuevo coronavirus, el sistema sanitario público sigue totalmente vulnerable y hasta podría estar severamente enfermo, a tan solo minutos de ingresar a una unidad de terapia intensiva, pues no se cuentan con los elementos necesarios ni las camas para combatir esta pandemia, que apenas ingresa a su pico en este lado del mundo.
Los hospitales, especialmente aquellos que se encuentran en el interior, no tienen insumos y, si los tienen, son donaciones de otros países como Taiwán, Turquía o Estados Unidos. Es más, los centros asistenciales de todo el Chaco paraguayo y los departamentos de Paraguarí, Ñeembucú y Caazapá no tienen una sola unidad de terapia, ni para covid-19 ni para otras dolencias.
En caso de que un gran número de personas desarrolle una forma grave de la enfermedad en este momento, los contagiados estarían prácticamente abandonados a su suerte porque el gobierno, manchado por denuncias de irregularidades en los procesos licitatorios e involucrado en varios actos de corrupción, apenas ha podido sumar 73 camas nuevas de terapia intensiva.
Antes de la pandemia el sistema público contaba con 304 camas de terapia intensiva para todo tipo de enfermedades, hoy existen 377, distribuidas en todo el país. Solo 110 de ellas son para personas con covid, mientras que las otras 267 están destinadas para aquellos que sufren otras afecciones y ya están ocupadas en un 85%. Esta simple comparación es más que suficiente para dejar de aplaudir la gestión del gobierno, que ya de por sí es paupérrima.
Los números que se reportan a diario a través de las redes sociales no bastan para que celebremos y entendamos que esta situación está todavía dentro de nuestras manos, porque mientras sigan faltando camas en las zonas más alejadas de nuestro país, el Estado paraguayo sigue aplazado y ausente. Por eso, antes de enorgullecernos y enaltecernos por la baja cantidad de contagiados totales y casos activos que tenemos en relación a otros países de la región, debemos examinar detenidamente nuestra verdadera realidad que, ante cualquier leve temblor, nos dará un golpe duro y nos demostrará que, lejos de ser un ejemplo para los demás, seguimos más débiles que nunca.