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El art. 286 de la Constitución Nacional prohíbe que el Banco Central le preste al Ministerio de Hacienda. No obstante, el numeral 1, inciso ii) del mismo artículo, autoriza que el BCP otorgue este crédito en condiciones de emergencia, que fue declarada en la Ley 6524.
¿Por qué será que cierta gente, que participó de la redacción de esa ley, se rasga las vestiduras ahora porque se habla del uso de reservas? ¿Por qué será que el Banco Central recién ahora saca un comunicado después de haber desembolsado ya 500 millones de dólares en forma de “adelanto” al Ministerio de Hacienda? Parecería que hacer uso de las reservas no es pecado. Lo que es pecado es reconocer que se hizo.
Como señala Martin Wolf en un lúcido artículo en el Financial Times, “en circunstancias excepcionales, como tiempos de guerra, depresiones profundas o pandemias, el trabajo del Banco Central es apoyar la necesidad imperiosa de que el Estado proteja la vida y el sustento de las personas”. Y continúa diciendo: “Su independencia (la del Banco Central), aunque normalmente deseable, es un medio para un fin, no un fin en sí mismo. Incluso la estabilidad de precios no es primordial en todas las circunstancias. Otras cosas importan”.
Este es uno de esos casos, en el que la vida es más importante que la estabilidad de precios. Es muy fácil hacer apología de una hiperinflación cuando que el empobrecimiento de la gente lo que puede llevar es a una brusca caída de la demanda agregada que produzca una violenta deflación.
No nos engañemos. La discusión no es usar o no reservas. La discusión es salvar vidas. Y salvar vidas en este incierto panorama implica salvar el patrimonio de familias, personas y empresas. Implica dar de comer a miles de paraguayos que no están comiendo. Implica poder levantarse después de esta película de ciencia ficción que estamos viviendo y que la gran mayoría de los padres y madres pueda seguir sintiéndose orgullosos de traer el pan a su casa.
La discusión es cómo hacemos que empresas, de todos los tamaños, puedan sostener la mayor cantidad de trabajadores, en un momento en que tienen pocos ingresos por las políticas de aislamiento. Pensemos en el caso de que no hagamos nada y esto continúe (hasta ahora se dice que el aislamiento duraría por lo menos un año, aunque sea intermitentemente). Los despidos van a ser tantos que va a ser imposible subsidiar a todos. No va haber dinero que alcance.
No nos engañemos. La única alternativa que tenemos es hacer lo posible para que las empresas, de todos los tamaños, retengan personal mientras navegamos la tormenta. Esto implica que el dinero llegue a las personas. Hoy el dinero no está llegando. Inclusive, con todas las medidas, y según declaraciones de Raúl Vera, titular de Asoban, solo se han refinanciado 280 millones de dólares a 440 mil personas, o sea, el 2,1% de la cartera al 12% de la Población Económicamente Activa. Como puede verse, esto está todavía muy lejos de ser un programa exitoso.
No nos engañemos. Los bancos están actuando con toda lógica. Desde el 11 de marzo cambió la percepción de riesgo de los bancos sobre los clientes. Uno puede haber sido el mejor cliente hasta esa fecha, pero ¿cómo sabe el banco que en el futuro va a seguir siendo igual? Hoy ni siquiera sabe si la persona va a seguir empleada o la empresa va a seguir existiendo. Nadie le va a prestar a alguien si cree que no le va a devolver el dinero. Eso sería irresponsable: los bancos tienen la plata de todos, deben cuidarla. Y si prestan lo harán a tasas más altas, porque a mayor riesgo, mayor tasa.
No nos engañemos. El problema a resolver es cómo hacer que los bancos presten y presten en serio, y lo hagan a tasas de interés lo más bajas posibles. Con eso se puede reactivar la cadena de pagos, sostener empleos, y hacer que familias, personas y empresas salgan económicamente fortalecidas de esta crisis. Una forma de hacer que las entidades presten es con liquidez. Y no la habitual, y no la común. La de pandemia, de economía de guerra. Que los bancos estén inundados de liquidez para que su única forma de generar margen sea prestando a personas y empresas.
El BCP tiene herramientas para esto: la tasa de política monetaria, la tasa de encaje legal, las licitaciones de letras de regulación monetaria, las diversas ventanillas de liquidez. Todas se han usado, tímidamente, con alcance limitado, de a poco. Como haciéndolo en pedacitos para que no se gasten, cuando lo que hace falta es hablar de montos importantes para dar la señal de confianza de que somos lo sólidos que decimos ser, que tenemos un Banco Central fuerte como el que realmente es. Necesitamos sentirnos respaldados, seguros, confiados. Esa sensación es importante en un momento de tanta incertidumbre.
Otra herramienta es darles garantía desde el Estado a los bancos, para que presten incluso a aquellos a los que tienen miedo de prestarles. ¿Cómo funcionan estas garantías? Si a Juan Pérez un banco no le presta porque cree que no le va a devolver, el Estado pone una garantía de un 80% por ejemplo. Si Juan Pérez no paga, el Estado paga. Esto hace que el negocio sea mucho más seguro para el banco, que la plata que usa del público casi no tenga riesgo y que, por tanto, le tenga que prestar más barato a Juan Pérez. Los bancos compiten entre sí usando estos fondos de garantía para prestar a la mayor cantidad de clientes. Esta competencia reduce las tasas. Si las tasas no bajan, el BCP debe intervenir porque la competencia no es suficiente y se está usando dinero de todos, a tasas subsidiadas, para ganar plata en un momento en que la gente está muriendo, y eso es éticamente inadmisible. Confío en que el BCP tendrá esa actitud y esa posición. Su historia reciente lo ampara.
No nos engañemos. Hoy los economistas estamos aprendiendo cómo encarar esta primera pandemia de la globalización. No nos sirven las historias aprendidas. Todas las ideas sirven, todas las ortodoxias están en cuestionamiento. Debemos concentrarnos en los problemas reales, con humanidad, con seriedad y con cuidado. No nos engañemos.
* Economista, exministro de Hacienda.