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¿Acaso es otra cosa lo que estamos haciendo con nuestros bosques en busca de ganancias miopes y efímeras?
La masa boscosa provee el oxígeno sin el cual dejamos de respirar y el agua sin la cual ninguna vida es posible. Y aun así estamos quemando la selva a una velocidad pasmosa. En todo el mundo se disuelve en llamas el equivalente de toda Europa Occidental y tan solo en el Amazonas todo el territorio de Francia, en un año.
Cuando la floresta se convierte en humo, estamos carbonizando a toda la biodiversidad en términos absolutos, pero en el más doloroso aspecto relativo, hacemos víctimas de las llamas a los preciosos animales de todo porte, desde los imponentes felinos hasta los venados pasando por los batracios y peces pues los ríos y lagos se quedan sin suficiente oxígeno.
Lo que Walt Disney presentó premonitoriamente como un incendio provocado que se llevó la vida de la madre de Bambi y condenó a los animalitos a una huida desesperada, hoy la humanidad está haciendo a propósito y sin remordimientos para suplantar a los añosos árboles por unas hectáreas más de soja con agrotóxicos.
Se puede explotar el bosque de manera sustentable. Y replantar árboles debe ser prioridad mundial. La tierra arrasada y quemada es trabajo de agricultores y ganaderos que no miden la nefasta consecuencia de sus actos. El planeta Tierra es nuestro único hogar.
Si seguimos destruyéndolo todos los vaticinios apocalípticos se cumplirán a muy breve plazo y la vida se extinguirá convirtiéndonos en un planeta desértico como Venus. Todo por culpa de la inconsciencia del ser humano. Y justos pagaremos por pecadores. Porque somos muchos quienes amamos la naturaleza. Y la respetamos. Pero nos avasallan quienes carecen de conciencia ecológica.
¿Acaso pensaron los pirómanos del bosque, qué harán con sus bolsillos llenos de dinero en un planeta donde el aire se torne irrespirable, el calor sea como lava ardiente, el suelo esté contaminado, la lluvia sea venenosa y el agua poluida ya no sea bebible? ¿Un sitio desértico, tóxico, un planeta convertido en una bola de fuego?
Provengo de una familia de madereros donde siempre nos enseñaron la ética del bosque. Solo se cortan árboles grandes lo que permite que la luz del sol ingrese para dejar a otros árboles crecer. La tierra arrasada y quemada es trabajo de agricultores y ganaderos.
El bosque nativo es como el genio de la botella, una vez destruido, no hay vuelta atrás. Hasta los nombres quedan desfasados. Los extensos sojales de la Región Oriental se siguen llamando Caaguazú (bosque grande) pero en realidad ya no lo es. Ni ka’a kupe (detrás del bosque) tiene mucha significación hoy con toda la urbanización.
Y ni bien se cortan los árboles, llega el cambio climático, con sus caprichosas lluvias excesivas seguidas de sequías espantosas. La búsqueda de oro consigue algunas pepitas y dejan como pago el venenoso mercurio que destruye la fauna ictícola, el cerebro de los niños y el estómago de los mayores.
Los bosques del Amazonas son nuestros pulmones y los indígenas los guardianes puestos por la naturaleza. Destruirlos es condenarnos a una existencia precaria.
No aprendemos del pasado ni absorbemos las lecciones de los fracasos ambientales anteriores. El mortífero Sahara fue alguna vez el Amazonas del África hasta que desaparecieron los árboles y los animales y las aves. El desierto de Gobi en el Asia también.
Y el juego mortal con el mercurio no es nuevo. El poderoso Imperio Romano sucumbió porque almacenaba sus bebidas en botellas de plomo lo que en pocas generaciones terminó envenenando a su dirigencia.
Y así llegamos a una conclusión pasmosa por su simplicidad, eterna por su significación. El que juega con fuego, termina quemado. Apaguemos las llamas. No queda tanto tiempo.