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Afonso Jaco Heineck llegó a Paraguay en 1981, dejando atrás a su Brasil natal. Llegó a nuestro país en busca de posibilidades para progresar junto a su esposa. Compró unas pocas hectáreas en la Colonia Tirol Carlos Antonio López, un distrito ubicado a unos 400 kilómetros de Asunción, en el departamento de Itapúa.
En aquella época, la zona era un punto recóndito e inhóspito de la geografía nacional. Como varios de sus vecinos, tuvo que abrir caminos y delimitar parcelas para comenzar a cultivar. Allí nacieron sus cuatro hijos, todos ellos paraguayos.
Como tantos otros productores, vio en los granos una posibilidad de mejorar sus condiciones de vida. Al fin y al cabo, el mercado internacional siempre ofrecía buen precio y la tierra roja itapuense ofrecía campo fértil.
Siguiendo el esquema típico del agronegocio, decidió establecer una relación comercial con el agrosilo Santa Catalina SA, empresa del Grupo Favero que tiene entre sus principales accionistas a Tranquilo Favero y tenía hasta el año pasado como presidente al yerno de este, René Leonidas Zittel.
El trato era simple y alineado al esquema habitual del negocio del agro: el silo le proveía financiación para la zafra y él les entregaba su producción. Las ganancias llegaban de las diferencias entre el valor de su producción y lo que debía reponer al silo. Desde 2001 mantuvo una relación casi exclusiva con la firma del Grupo Favero.
Durante todo ese tiempo, los documentos fueron manejados siempre por Santa Catalina, en particular por Vanilson Griebeler, quien hacía de mediador entre los productores y la firma.
Nunca tuvo problemas hasta que a mediados del año pasado comenzó a recibir la visita de representantes del agrosilo que le reclamaban una deuda de US$ 2.3 millones que él desconocía por completo. ¿Cómo era posible? Según sus cálculos, tenía saldo favorable de cerca de US$ 1 millón.
juan.lezcano@abc.com.py