Una batalla perdida contra la implacable adicción al crack

El nuestro fue un encuentro tenso. Él, a sus 22 años, se quería matar y me advertía que en cualquier momento podría “explotar”. Yo por mi parte, me mantenía alerta aunque sin saber muy bien a qué atenerme, porque nunca había estado con una persona en ese estado, es decir, en plena crisis de abstinencia.

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Fue en la calle Fulgencio R. Moreno casi Estados Unidos, un viernes a la noche. El vaivén de los autos que iluminaba de manera irregular el lugar, no permitía a los ocasionales transeúntes de esta zona céntrica distinguir claramente el drama que se desarrollaba allí.

“Dejame morir ya, te pido. Esto no es vida”, decía él.

El efecto sorpresa de mi inesperada intervención sirvió para calmar los ánimos por unos instantes. Entonces me contó que intentó dejar las drogas varias veces pero no podía y hasta me dio su pipa. “Ahí llevás el diablo”.

“Yo era bueno, pero ya no puedo ser así”, dijo, tras contar que hay días en que necesita G. 500.000 para drogarse.

Al preguntar de dónde conseguía el dinero, me miró fijamente y dijo: “Vos no vas a querer saber”. Luego agregó: “Cuando estás mal, no conocés a nadie, ni a quien vos más le querés. Si vos me ves así, no vas a quedarte a hablar conmigo”.

Él, que había consumido su última dosis de crack a las 11:00, sufría los efectos de la abstinencia. A la hora en que llegué, ya se había intentado tirar en dos ocasiones frente a los vehículos. Ella –que para darle un nombre, la llamaremos María– desecha en lágrimas, se lo había impedido y lo seguía en su nervioso ir y venir.

Sin ser pariente, vecina ni conocida de la familia siquiera, un buen día María se convirtió en su madre. Lo conoció hace más de 1 año, cuando trabajaba en un proyecto social y a partir de ahí se ocupó de él. En algún momento pretendió adoptarlo y llevarlo a vivir con sus hijos, pero lo complicado del papeleo aplazó los planes.

Pero María no necesitaba papeles. Ya lo había adoptado en su corazón. El contacto con su familia le permitió entender todo el daño que ocasiona un entorno desestructurado y que si no iba a estar ahí para él, solo iría de mal en peor.

Desde entonces intenta rescatarlo, sin éxito aún.

victor.franco@abc.com.py Fotos: Claudio Ocampos rferre@abc.com.py Fotos: Carlos Shahtebek

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