Sutil resurrección de la “teología de la liberación”

La visita del papa Francisco a Ecuador, Bolivia y Paraguay significó la resurrección de la “teología de la liberación”, no con la praxis marxista de la lucha de clases, sino con la propuesta de ir a las periferias para evitar que los pobres sean material de “descarte” de la sociedad.

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Cuando Jorge Mario Bergoglio asumió la cátedra de Pedro, en Roma, con el nombre de Francisco, en sus primeras intervenciones delineó la Iglesia que aspiraba, y contrariamente a su antecesor, Benedicto XVI, no dudó en afirmar que quería una “Iglesia pobre para los pobres” y “pastores con olor a oveja”, fuera de las casas parroquiales y en medio del pueblo.

Estar con los pobres es escuchar sus carencias y promoverlos para acceder a sus necesidades básicas. En sus intervenciones por los tres países, el Pontífice llamó a no considerar a los desposeídos como materia de “descartes”. Apostaba por la praxis de estar con los pobres, para que ellos sean los protagonistas de su futuro.

En Ecuador, Francisco llamó a los representantes de la educación a formar dirigentes solidarios, comprometidos con las necesidades del pueblo porque a su criterio “no hay derecho a la exclusión”. Apostó por la educación para no seguir dando la espalda a la realidad; y en la familia, por ser esta el hospital, la escuela para el niño, los jóvenes y el asilo de los ancianos, frente a la cultura del descarte, que los margina y los obliga a vivir en las periferias, sin posibilidades de acceder a la educación y consecuentemente sin acceder a un trabajo digno.

Luego, Francisco llegó a Bolivia y abogó por una política que no se deje dominar por la especulación financiera o por una economía regida solamente por paradigmas tecnocráticos y utilitaristas de la máxima producción. Pidió una educación ética y moral que cultive actitudes de solidaridad y corresponsabilidad entre las personas. Fue categórico en afirmar que en las actuales coyunturas los campesinos, los trabajadores y el pueblo ya no aguantan y sus reclamos de una mejor vida deben tener respuestas en las políticas económicas y propuso que la “globalización de la esperanza sustituya a la globalización de la exclusión y la indiferencia.

En el encuentro con los sectores sociales en Paraguay, Francisco fue claro y planteó que la economía no sea solo un mecanismo de acumulación, sino la adecuada administración de la cosa común; esto implica cuidar y distribuir adecuadamente los bienes entre todos. Esta economía no es solo deseable sino también es posible su aplicación.

Para el Pontífice, la distribución justa de los frutos de la tierra y el trabajo humano no es mera filantropía, es un deber moral. Para los cristianos, se trata de devolverles a los pobres y a los pueblos lo que les pertenece. Ante estas perspectivas, considera que el futuro de la humanidad no está únicamente en manos de los grandes dirigentes, las grandes potencias y las élites: está fundamentalmente en manos de los pueblos.

En Paraguay, Francisco también criticó los sistemas económicos pensados solo para enriquecer a algunos pocos, a aquellos que dan limosna y desprecian a los pobres. Invitó a los jóvenes a ser los factores del cambio, a través de la participación y no ser “jóvenes jubilados”.

En su visita por estos tres países, Francisco dejó bien claro que la opción por los pobres debe ser el norte de la Iglesia y no una mera retórica y deseos de que se pronuncian en comunicados episcopales. En esa tarea de frenar la cultura del descarte, la Iglesia naturalmente no promoverá la lucha de clases, pero sí puede recurrir a una pastoral que implique un mayor protagonismo de sus laicos en la construcción de una sociedad más equitativa. Si los católicos son indiferentes ante este desafío, en Paraguay por ejemplo, se afianzará el descarte a consecuencia de la corrupción y la impunidad.

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