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El tiempo pascual comprende cincuenta días (en griego, “Pentecostés”), vividos y celebrados como un solo día. Es el más fuerte de todo el año. Se inaugura en la vigilia pascual y se celebra durante siete semanas hasta Pentecostés. Es la Pascua (paso) de Cristo, del Señor, que ha pasado de la muerte a la vida, a su existencia definitiva y gloriosa.
Proclamar la Resurrección
La Resurrección de Jesús no se puede describir, sino solo proclamar. En efecto, ninguno de los Evangelios describe cómo fue. San Mateo dice que “sobrevino un gran terremoto, pues un ángel del Señor bajó del cielo y, acercándose, removió la piedra del sepulcro y se sentó sobre ella”. La expresión el “gran terremoto” procede de la idea del antiguo vocabulario bíblico para explicar los “signos de la teofanía”, es decir una manifestación de la divinidad, en otras palabras, ha ocurrido una manifestación de Dios.
San Marcos tampoco explica cómo fue la Resurrección, solo dice que: Muy de madrugada, el primer día después del sábado, en cuanto salió el sol, vinieron al monumento. Se decían entre sí: ¿Quién nos quitará la piedra de la entrada del monumento? Y mirando, vieron que la piedra estaba removida; era muy grande. (Mc 16,2-4). Esto es Jesús no estaba ya allí, porque no estaba muerto. El mensaje de Resurrección de la tumba vacía. Dios manifestó así sus misterios.
Las apariciones de Jesús
A primera vista las apariciones de Jesús resucitado son simplemente dichas, es decir se expresan que Jesús simplemente está o estaba ahí. Jesús vive. Los relatos expresan la existencia pospascual de Jesús con medios muy terrenos: no dicen que llegó como un “espíritu”, sino que comió con sus discípulos. Tomás pudo tocar los agujeros de sus llagas.
Pese a lo cual la manera y naturaleza de ese cuerpo resucitado de Jesús contradice en los relatos las leyes de los cuerpos materiales; para él ni los muros ni las puertas cerradas constituyen un impedimento; para él no existían las distancias. Esta idea es importante porque refrenda la realidad espiritual de las apariciones.
Los apóstoles, los discípulos y hombres como Santiago y Pablo, que en manera alguna propendían al reconocimiento de Jesús como Mesías, dejaron de lado su desconfianza y creyeron. Quienes fueron honrados con alguna de las apariciones referidas de Jesús se convirtieron en testigos: del Resucitado que vivía.
Por ello en las historias de apariciones que relatan los Evangelios sinópticos las mujeres pasan a un segundo plano. No es que no las hayan tenido en cuenta en absoluto, sino que los sinópticos no conceden gran valor a su testimonio. Las mujeres, en efecto, no podían actuar en los tribunales como testigos. Marcos solo menciona de paso a María Magdalena (16, 9). Y cuando la propia María Magdalena les refirió a los apóstoles la aparición de Jesús, “ellos se resistieron a creer” (Mc 16, 11). Pero Juan relata ampliamente una aparición a María Magdalena (Jn 20, 11-18) y presenta así la doctrina explícita de que el Cristo terreno y el Jesús resucitado y transfigurado son la misma persona.
La misma tendencia de la buena nueva de la salvación (muerte y Resurrección de Cristo), fundamento de la fe cristiana, late en los relatos de la aparición de Jesús a Tomás y en el lago de Genesaret; en ambas apariciones se destaca con fuerza la vinculación con la vida terrena de Jesús: en la de Tomás, mediante las heridas de la crucifixión de Jesús; en la del lago, mediante la situación que crea la pesca milagrosa y con la llamada a Pedro y el recuerdo de su negación. De lo que se trata en esas historias es de proclamar la identidad del Resucitado con el Jesús que había vivido sobre la tierra.
Es así como esos relatos están dispuestos de tal modo que en las formas más diferentes se habla de un único “ver a Jesús”: se dejó ver por ellos, se les apareció. Jesús nos muestra aquí su gran amor por sus amigos, porque ellos le habían abandonado.
Discípulos de Emaús
El primer día de la semana, dos de los discípulos iban a un pequeño pueblo llamado Emaús, el mismo día de la Resurrección del Señor. En su caminar, preocupados por los acontecimientos, se les une en el camino, como un viajero más, Jesús. Pero ellos no le reconocieron. El texto dice: pero sus ojos estaban retenidos para no reconocerle.
Estos peregrinos hablan de Jesús Nazareno, nombre con que era conocido, pero como de un profeta. Sin embargo, con este nombre piensan en el Mesías, pues esperaban que rescataría a Israel. Estaban en la promesa mosaico-mesiánica. Y le reconocen poderoso en obras y palabras, estilo de Lucas, con el que los peregrinos proclaman la obra salvadora doctrinal de Jesús y su vida de milagros.
El desánimo en ellos está patente. Este es el momento en que Jesús les explica lo que en las Escrituras se decía de Él: que por el sufrimiento entraría en su gloria. Hacía falta deshacer el concepto judío de un Mesías triunfante política y nacionalmente; había de sufrir. Por eso apeló al gran argumento en Israel: las Escrituras.
En el resto del relato, Jesús está en la mesa con estos peregrinos. Jesús, como invitado, tomó el pan (en sus manos), lo bendijo, lo partió y se lo dio. ¿Qué significa este acto? ¿Es la simple bendición del pan ritual en la mesa? ¿O es que Jesús realizó allí el rito eucarístico? Estos peregrinos le reconocieron en la fracción, por ser característica suya la bendición, o el tono de voz, y volvieron presurosos a Jerusalén. Allí encontraron a los once y a sus compañeros. Fácilmente podemos imaginar con qué alegría, detalles y viveza contaron su encuentro con Jesús. Estos les dijeron: Es verdad, ¡el Señor ha resucitado y se apareció a Simón! Sin embargo no les creyeron (Mc 16, 13), al menos en un principio. Pero también ellos supieron que el Señor, el Kyrios, confesándose así la divinidad de Jesús, como lo hacía con este nombre la Iglesia primitiva, se había aparecido a Pedro. Solo por San Lucas, en los evangelios, se sabe esta aparición. Acaso dependa de Pablo (1 Cor 15, 5). Pero con ello se destaca a un tiempo el amor del perdón del Señor al Pedro negador y el prestigio de este en la comunidad cristiana.
El papa Francisco entre nosotros
Este es el verdadero mensaje que el papa Francisco traerá con su visita a nuestra nación paraguaya: resucitar con Cristo. Resurrección significa salir de nuestras tumbas, de nuestros sepulcros.
Al agradecer a Francisco su visita, surge el compromiso de todos los cristianos y hombres de buena fe para que exista un cambio desde las raíces de nuestra cultura.
¡Gracias, Francisco, por tu presencia! Como Jesús que acompañó a los discípulos de Emaús que caminaban desanimados, con tu visita, querido Francisco, volvemos a entender nuestra propia historia, y sabemos que desde nuestra propia realidad debemos reconstruir el tejido moral de nuestras familias, de nuestra nación entera.
Ahora, una vez más, como signo real de la presencia de Jesús entre nosotros, lo reconocemos al partir el pan, ¡al compartir nuestra propia vida!
victorluisc@hotmail.com