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Vallas puestas y vueltas a sacar, mientras policías, militares y bomberos trabajaban al unísono. Eran las tres de la mañana y tras las vallas un grupo de mujeres de Ypacaraí rezaba el rosario. Unas se emocionaban y otras trataban de calmar los nervios tomando mate. A esas horas corría ya el rumor de que el papamóvil dispuesto para el trasbordo estacionará frente a ellas.
Se acercaba el momento y los nervios afloraban. Se escuchaban cánticos, rezos y al fin cuando las sirenas y los helicópteros asomaban anunciando la llegada del Papa, el griterío se apoderó de la multitud. Todos querían ver a Francisco. Agitando banderas, hijos chicos, bebés y rosarios, los fieles esperaban tener la bendición. El Papa llegó en un auto blanco y estacionó al pie de Kurusu Peregrino, intercambió saludos con monseñor Claudio Giménez, bendijo a quienes estaban cerca de él y a dos personas con capacidades diferentes. Abordó el papamóvil forrado con cuero blanco y ñandutí e inmediatamente se escucharon aplausos y gritos de “¡Papa, bendecime! ¡Francisco!, ¡Papa Pancho, acá para la selfie!”, todos ellos con fe y esperanza de lograr la ansiada bendición.
La alegría duró poco. Raudamente el Pontífice partió rumbo a la Basílica. En el kilómetro 50 fue recibido por un centenar de alumnos con globos color naranja. El recorrido fue rápido hasta llegar a la última curva en la que brasileños lo alababan y corrían tratando de tomarle una foto con el celular.
El viaje en papamóvil fue ampliamente celebrado por los miles de jóvenes servidores que formaron un vallado humano junto con los efectivos de la Policía y los militares.