Infraestructura estatal, insuficiente

“Vos no te imaginás todo lo que ya pasé”, lamentó María. Con lo que vi aquella noche, ya tengo suficiente para tener una idea de la desesperación de un sinnúmero de padres que luchan por rescatar a sus hijos de la adicción.

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Angustiada ante el repentino ímpetu suicida del joven al que adoptó como hijo, María decidió pedir ayuda a la Policía. Llamó a la comisaría 3ª, cuya patrullera llegó en minutos pero no sirvió de mucho. Por recomendación de una especialista, había que internarlo. La pregunta era dónde.

Como era viernes de noche, en el Centro Nacional de Control de Adicciones no podía ser porque el horario es de lunes a viernes y, además, hay lista de espera. Como la situación era apremiante, el consejo fue llevarlo hasta el Hospital de Clínicas, en la parte de psiquiatría, para que se mantuviera ahí mientras se gestionaba su ingreso a la Unidad de Desintoxicación del CNCA, a partir del lunes.

Dinero para taxi no había. En colectivo era complicado, porque el joven no estaba precisamente calmado y por la hora, ya no eran muchos los transportes en circulación. Al llegar la patrullera, la mujer pensó con alivio que por fin podía tener ayuda para trasladarlo hasta Clínicas, pero el agente explicó que no podía salir de la ciudad.

En su desesperación, la mujer rogó a los agentes que lo llevaran a “dormir” en la comisaría, en cualquier celda donde no pudiera hacer daño a sí mismo ni a los demás, a lo que los policías se negaron rotundamente, pues no había cometido ningún delito que permitiera justificar su inusual aprehensión.

Eso sí, cabe resaltar la buena predisposición de los agentes, que quizá conmovidos por la exasperación de la mujer, se armaron de paciencia e intentaron persuadir al joven de su actitud.

Finalmente lo llevó en bus a Clínicas de San Lorenzo, pero cuando llegó ahí, vio que era tan solo una más de muchísimas otras personas con el mismo problema. “Parecía un mercado, de tanta gente que había”, comentó. Por falta de lugar, tampoco pudo quedar y regresó a Asunción, tan desolada como se fue.

La solución que le quedó fue sentarse con el joven en la calle, frente a su casa, acompañarle hasta que se calmara. Al día siguiente lo llevó a Remar, de dónde se fugó dos días después.

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