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En Asunción, la ciudad con 520.000 habitantes y un caótico tráfico vehicular, donde el 70% de la población tiene menos de 30 años, ya casi nadie espera que el cartero llame a la puerta. Un país que tiene a miles de connacionales en el exterior, movidos en el pasado por las persecuciones políticas y ahora por la búsqueda de nuevos rumbos. Donde las cartas sin duda cumplieron una gran labor.
Techi es de la capital, ronda los 50 años y tiene cartas que recibió en la década de los 80. Piensa que el correo electrónico es un medio muy frío, nada que ver con esas cartas de amor que producen taquicardia. Para ella, abrir un sobre con perfume es disparar la imaginación, estar con la persona ausente, forzar a que el reencuentro exista.
Para otras personas, la superación de las cartas es un beneficio. Susana Vázquez –de 68 años– utilizó intensamente las cartas, también en la década del 80 cuando vivía en Europa, para comunicarse con sus hermanos, su novio y amigos. “Antes se vivía esperando, pero ahora ya no”, resume. Opina que se pueden extrañar algunas cosas de las cartas, pero en general ahora es más fácil acortar las distancias. A lo mejor se puede extrañar esa carta perfumada o una flor que llegaba con la misma, ya que esas cosas ya no existen”, dice.
Ramón Samaniego es uno de los 90 carteros que trabajan en la Dirección Nacional de Correos del Paraguay, tiene 50 años y ha repartido alrededor de un millón trescientos mil cartas en 31 años de oficio, unas 120 por día, pero paradójicamente el hombre que vive para transportar información no tiene correo electrónico y no le importa vivir sin Facebook o Twitter.
Sentado en la oficina ubicada sobre la calle Benjamín Constant, entre 14 de Mayo y Alberdi, ostenta una sonrisa amena y reivindica su oficio de cartero argumentando que antes del surgimiento de los modernos medios de comunicación, las cartas eran la vía para tener noticias sobre los seres queridos. Se amaba, se sufría o gozaba, dependiendo del contenido de ese pedazo de papel que se deslizaba bajo las puertas.
La entrega de cartas se hace a pie y, según Julio Samaniego –otro cartero con 20 años de antigüedad–, hay cosas que internet no puede suplir. Cita el caso de una señora que trabaja en el Ministerio de Obras Públicas y Comunicaciones y que desde hace por lo menos 10 años, y hasta ahora, recibe cartas de su hijo que está en Italia. El mismo fue para trabajar pero cayó preso. Desde entonces le escribe a su madre desde una cárcel.
Según Julio, puede ser que algunas personas oculten su verdadera personalidad a su novia, esposa e hijos, pero frente al cartero son espontáneos: sonríen como si hubieran ganado la Copa del Mundo o maldicen el mensaje y, por añadidura, al cartero.