Visita papal, batalla por la comunicación

La dictadura stronista, sin dudas, quiso controlar la visita de Juan Pablo II a través de sus medios de comunicación. Intentó relegar a la Iglesia, pero finalmente cedió y fueron ambas instituciones las encargadas de la promoción y de la cobertura de la venida del Pontífice. En esta nota, el padre Cristóbal López relata las tensiones que surgieron con los exponentes de la dictadura.

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Quiero empezar esta rememoración de lo acontecido y vivido hace 25 años (16,17 y 18 de mayo del 1988) afirmando que la visita de Juan Pablo II al Paraguay ha sido para nuestro país, sin duda, el acontecimiento más trascendental del siglo XX (y quizás de su historia), y ello por varios motivos.

En efecto, nunca se reunieron ni se volverán a reunir, aunados por un mismo espíritu, 500.000 paraguayos en un solo momento y lugar, como ocurrió el 16 de mayo de 1988 en Ñu Guasu. Nunca el 25% de la población participó en vivo y en directo de un mismo evento en el plazo de apenas tres días, en distintos lugares, como lo hizo en la visita papal. Nunca un acontecimiento se preparó tan masiva e intensamente, con tal despliegue de recursos y esfuerzos.

Para mí, la participación en la Comisión Central de la Visita Papal fue un privilegio y una oportunidad única que nunca le agradeceré suficientemente a Mons. Ismael Rolón, que fue, creo, quien me propuso para esa tarea. Como asesor pastoral de la comisión de finanzas y, sobre todo, como responsable directo de todo el aparato de comunicación, la visita papal me ofreció la posibilidad de rendir un servicio a la Iglesia y al país, pero también de crecer humana, cristiana y profesionalmente.

Quiero compartir con ustedes algunos aspectos, quizá no muy conocidos, relativos a la relación entre la comisión de comunicación de la Iglesia y la Secretaría de Informaciones y Cultura de la Presidencia de la República, de siniestro recuerdo por sus actuaciones durante la dictadura stronista.

Un trabajo conjunto

Por su propia naturaleza, el trabajo de comunicación requería de una acción conjunta entre Iglesia y Gobierno. Al tratarse de una visita pastoral, pero también, al mismo tiempo, de una visita oficial de un Jefe de Estado, había que coordinar aspectos tales como las acreditaciones de los periodistas (¿ha habido alguna vez en Paraguay un evento con más de 1.500 periodistas acreditados?), el montaje y funcionamiento de la sala de prensa, la transmisión radial y televisiva de los diferentes momentos de la visita, etc.

Por eso se me encargó ponerme en contacto con la citada Secretaría –y más en concreto con quien estaba al frente de ella– para coordinar todo lo referente a este campo.

Benítez Rickmann

Es así como, de repente, me vi en una situación que nunca hubiera imaginado: entrando en el Palacio de López, como “Pedro por su casa”, dirigiéndome a su ala izquierda, al fondo, para entrevistarme en varias ocasiones con el Sr. Juan José Benítez Rickmann.

Me recibió muy bien, en un tono muy familiar, vestido de sport, con toda cordialidad. Me sorprendió que empezara hablándome de él mismo, de su historia personal, de sus ilusiones y motivaciones en el trabajo. “Yo no estoy aquí ni por el dinero ni por nada; estoy aquí por él, porque vale la pena apoyarle en su trabajo”, me dijo aproximadamente señalando el cuadro con la foto de Stroessner que presidió su despacho, de la misma manera que yo podría haber dicho y hecho señalando el crucifijo en mi despacho.

Me contó que había sido delegado de gobierno de uno de los departamentos del Chaco y que había aceptado el cargo –sin ser periodista ni comunicador, sino escribano– por lealtad al jefe.

Acabamos ese primer encuentro en un tono más que amistoso... y yo me prometía un buen trabajo coordinado y en el marco del respeto mutuo.

Tras varios encuentros, acordamos avanzar conjuntamente en los aspectos que concernían tanto a la Iglesia como al Estado. Por ejemplo, los impresos a rellenar para solicitar la acreditación serían aprobados por ambas partes antes de imprimirlos y distribuirlos. Pero no fue así...

Para sorpresa mía, un día me encuentro los impresos a punto de ser distribuidos, sin haberlos ni siquiera visto, exclusivamente con el logo del Gobierno, sin el de la Iglesia... Sentí que era una burla, una deslealtad y una traición no a mi persona, sino a la Iglesia.

Evidentemente, el Gobierno quería controlar en exclusiva el aparato comunicativo, miedoso como estaba de que, a través de la comisión eclesial, pudiesen colarse “elementos indeseables” entre los periodistas extranjeros y contenidos informativos no convenientes.

En una rueda de prensa conjunta en el Hotel Guaraní, me sorprendió también acaparando la presidencia de la misma, rodeado de funcionarios de la Secretaría, relegándome al último y extremo lugar de la mesa de presidencia del acto. Mi ingenuidad, inocencia y falta de experiencia me llevó a aceptar en silencio y con estupor tal situación... Pero fue la gota que colmó el vaso y me hizo despertar.

Visto lo visto, no tuve más remedio que redactar un memorándum sobre estas y otras situaciones similares y presentarlo a Mons. Pastor Cuquejo, quien presidía la Comisión Central. Tratado el asunto y aprobado el contenido de la protesta de parte de la Iglesia, se le hizo llegar a su destinatario natural, el Sr. Benítez Rickmann, con copia al ministro de Educación y Culto, al Sr. Manfredo Ramírez Russo (responsable de parte del gobierno de todo lo referente a la visita papal), y a Mons. Ismael Rolón, presidente de la Conferencia Episcopal Paraguaya.

Se paralizaron todas las tareas conjuntas previstas en este campo durante casi dos meses. Las acreditaciones no se distribuyeron. Las tratativas para el montaje de la sala de prensa se pospusieron. En fin, todo se retrasó, pero no íbamos a tolerar decisiones unilaterales que querían conducir el tema a un control total y exclusivo del Estado.

La reunión de reconciliacion

Para desbloquear el asunto, hubo que convocar una reunión al más alto nivel de los responsables de la visita papal: el Sr. Manfredo Ramírez Russo y Mons. Cuquejo, frente a frente... Y como escuderos de ambos, el Sr. Benítez Rickmann... y un servidor.

La cosa empezó tensa, especialmente cuando mi “querido amigo” se despachó con estas o muy parecidas palabras: “Lo que yo no voy a aceptar es que un extranjero venga a decirme lo que tenemos que hacer”.

Sin tomarse ni siquiera tiempo para pensarlo, Mons. Cuquejo, con una serenidad y aplomo que admiré profundamente, respondió a bote pronto: “Mire, señor, nosotros en la Iglesia no tenemos en cuenta el lugar de nacimiento de las personas; hacemos lo que se tiene que hacer sin fijarnos en la nacionalidad”.

Tras este frenazo en seco, el tema se recondujo hacia los puntos en los que la Iglesia se sentía agraviada y lesionada... No tuvieron más remedio que reconocerlos. Las acreditaciones ya impresas debieron servir para borrador o se fueron a la papelera; la cuestión es que tuvieron que volver a imprimirlas, ahora ya con un diseño que incluía simétricamente el escudo eclesial y el del gobierno. Se solucionaron también los demás temas, o al menos se pusieron las bases para ello.

Ya no nos volvimos a encontrar, excepto en actos protocolarios y oficiales, con el Sr. Secretario de Informaciones.

Otras escaramuzas

Aunque la guerra finalizó, no faltaron otras pequeñas batallitas. Faltaban días para la llegada del Papa, la sala de prensa en el Hotel Guaraní ya estaba en funcionamiento... y nuestro secretario de prensa, el Sr. Miguel Noto, ¡no recibía su credencial para poder acceder a la misma! Tenía el pecado –original– de ser... ¡argentino! No hubo caso: pedidos reiterados, excusas absurdas, dilaciones y plazos que no se cumplían...

Nos aconsejaron tocar una tecla en la que no habíamos pensado: el Sr. Conrado Pappalardo, a la sazón Jefe de Protocolo de la Presidencia de la República, de indiscutido poder en el ambiente stronista, por más que su cargo no se lo confiriese de por sí...

Quedamos en hablar. ¿Dónde? ¿En su despacho? ¿En el mío? ¡No!, en su coche, conduciendo él y dando vueltas alrededor del Hotel Guaraní y por algunas calles del centro de Asunción. Le fui presentando nuestras quejas (estoy casi seguro de que grabó lo que hablábamos) y me dijo que no me preocupara; ¡nos dio credenciales oficiales como las que llevaban los agentes de seguridad, credenciales que nos daban paso irrestricto a cualquiera de los actos de la visita papal, incluidos los “gubernamentales”!

Lo curioso del caso es que, mientras nuestro secretario de prensa no tenía credencial para entrar en la sala de prensa, un niño de unos 12 años entraba y salía de ella debidamente acreditado: era el hijo de Benítez Rickmann.

Triste final para un stronista

Cuando Rodríguez dio el golpe que derrocó a Stroesnner, Benítez Rickmann fue el único civil que salió a defenderlo (dicen que metralleta en mano). Por lo menos él demostró tener unas convicciones firmes y ser consecuente con ellas, mientras muchos otros se escondieron y olvidaron su pasado stronista.

Creo que llegó a estar preso, seguramente por poco tiempo. Llegada la democracia, desapareció del mapa. Tuve noticias de que anduvo deprimido... No me extrañaría, porque pudo ver cómo muchas ratas abandonaban el barco rápidamente antes de que se hundiese, cómo otros escapaban bien pertrechados de billetes verdes, cómo muchos –antes furibundos devotos de Stroessner– se reconvertían milagrosamente a la democracia y se reacomodaban política y socialmente, lanzando por la borda sus anteriores “convicciones”... Breve: pudo ver y constatar cómo se derrumbaba todo su edificio y se le escapaba lo que había dado sentido a su existencia.

Terrible experiencia, similar a la que también pude conocer de labios del editor de “La Voz Nacional”, un programa de radio más radical que “La voz del coloradismo”, una persona más stronista que Stroessner. Encarcelado en los calabozos de la central de la Policía junto a Mario Abdo y otros jefazos del coloradismo stronista, se vio abandonado por ellos, relegado completamente. “Se ríen de mí, porque no he sabido aprovecharme de la situación, porque he sido fiel a Stroessner”, me decía... a mí, al sacerdote a quien él había acusado de comunista en sus programas radiales... y a quien él había querido acudir, pidiendo ayuda espiritual, al verse en esa lamentable situación.

Conclusión

Contemplo ahora esta historia, veinticinco años después, con ojos de compasión y misericordia hacia la persona de la que más hablo en ella. No sé qué habrá sido de él, ni siquiera sé si vive todavía.

En todo caso, me gustaría expresarle mi deseo de que el mensaje del Papa en aquella ocasión haya calado profundo en él y le haya transformado en una persona nueva, y que dé solidez a su vida apoyándola sobre cimientos que no le fallen como estrepitosamente le falló el stronismo.

La prensa de la Iglesia

El padre Cristóbal López fue uno de los tres directores encargados de la visita papal de 1988. Estuvo a cargo de la Dirección de Prensa, un pequeño departamento que, sin embargo, hizo un gran trabajo y que funcionó con diligencia desde varios meses antes de la visita papal.

El jefe de Prensa fue José María Troche, con dos secretarios: Miguel Ignacio Noto Izagurra y Mara Ramírez de Rotela. Ellos, junto con un grupo de voluntarios, montaron el esquema de la visita y ejecutaron el proyecto que contempló la administración del trabajo de cerca de más de 1.500 periodistas, locales y de todo el mundo.

Mañana: Juan Pablo II nos cambió la vida.

cristobal.lopez1@facebook.com

Desde Cochabamba (Bolivia)

Visita de Juan Pablo II, ver video:

http://www.youtube.com/watch?v=QXssQ93hD_I


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