Virgen de los Milagros: una mezcla de historia y leyenda

Cada año, miles de peregrinos llegan hasta el santuario de Caacupé para venerar a la sagrada Virgen de los Milagros. Esta tradición muy arraigada en el pueblo paraguayo data del siglo XVII, según la mezcla de historias y leyendas que se fueron tejiendo sobre ella. Aquí ofrecemos una de ellas, una recopilación del padre Teófilo Cáceres Vega, un estudioso del origen de la devoción a la Virgen.

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Corría el año 1603, un nativo desconocido de la antigua Táva-Tobatí (hoy Arroyos y Esteros) se interna en la selva virgen en busca de madera para la talla de la imagen de la Inmaculada Concepción de María y de santos para la devoción del pueblo en proceso de adoctrinamiento en el templo que había decidido erigir.

Luego de haber recorrido cinco kilómetros, un hermoso cedral había cautivado sus ojos. Extasiado estaba, cuando de repente escuchó un gran estampido como de un tropel de gente que avanzaba hacia el cedral. Se trataba de los indómitos mbayáes que incursionaban como otras veces en esos parajes para asaltar la Tava-Tobatí.

El nativo, al darse cuenta de la presencia de los célebres mbayáes y de que su vida pendía de un péndulo, recurrió a su fe.

Se acurrucó detrás del imponente cedro que lo había cautivado y con las manos juntas apoyadas al árbol entre plegarias prometió a la Inmaculada Concepción de María que si lo salvaba del trance, del mismo cedro que lo cubría esculpiría dos imágenes suyas: una para la devoción de su pueblo y otra para su veneración personal y familiar.

Entre plegarias y promesas, el indígena bautizado como "Bezaleel" (artesano elegido por Dios) escuchó un horrendo estruendo, parecido a un trueno, que atemorizó a los silvícolas, quienes se dieron a precipitada fuga, rozando el árbol-salvador.

Se había consumado el milagro. Repuesto del tremendo pavor, el protagonista marcó con su hacha el tronco, y emprendió el retorno a la Táva.

El nativo regresó a la selva para tallar la imagen de la Inmaculada Concepción de María de 1,15 m. de altura, que la destinó al templo de la Táva; y otra imagen de menor tamaño de unos 30 a 40 cm. de altura para su devoción particular. Esta última tenía la medida para caber en un cofre para acompañar al artesano en sus viajes.
Al emprender un viaje a la capital, el escultor se llevó consigo su imagen en un hermético maletín de cuero. En la travesía lo sorprendió la famosa inundación de la comarca de Arecayá, que había causado desolación y espanto.

El agua embravecida fue conjurada por el evangelizador franciscano fray Luis Bolaños, y se formó el legendario lago Ypacaraí. El nuevo lago hacía bailotear caprichosamente un maletín misterioso. Los ojos del fraile se fijaron en la imagen de la Virgencita del tallista tobateño, quien halló muerte en ese desastre, quedando su nombre en el anonimato.

Fray Luis de Bolaños entregó la imagen a un indígena carpintero de la comarca de Atyrá, de nombre José, quien había rescatado el maletín de entre las olas.

Con el transcurso del tiempo, el indio José se encargó de pregonar el milagro de la imagen hallada en el lago Ypacaraí.

Un día, el padre doctrinero de Atyrá comisionó a José a Ka’aguy Kupe en busca de selectas maderas para sus construcciones. El indígena se sintió atraído como por un imán por esa zona tan pintoresca. Un buen día, él y su familia llevando reverentemente su Virgencita se trasladaron a Ka’aguy Kupe (hoy Caacupé). La andariega familia consiguió una parcela en las proximidades de Zanja Hu, a unos dos kilómetros del entonces futuro ejido de Caacupé.

José pronto erigió una hermosa ermita en honor de su venerada imagen. Comenzaban a concurrir junto a ella caravanas de devotos de la zona.

A la muerte del José, su esposa y su único hijo, la imagen quedó al cuidado de una hermana del carpintero atyreño, cuyo nombre también quedó en el anonimato. Por breve tiempo, hacia 1750 la imagen de la Virgencita volvió a Tobatí para regresar definitivamente a Ka’aguy Kupe.

La hermana de José envió la imagen a la familia Aquino de Caacupé. Abrumada por la responsabilidad, la familia entregó la imagen a doña Juana Curtido de Gracia, quien donó 200 metros de terreno para la erección de un oratorio para ser morada de la Virgen de los Milagros de Caacupé, que con el tiempo fue trasformándose en el Santuario Nacional de Caacupé.
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