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El propietario de la tienda, Guido Glumenstein, lo había prometido: los diez primeros tipos que se presentasen en pelotas, serían premiados con nueva vestimenta.
Aunque entre el pueblo que se apiñó con entusiasmo en el lugar nadie comentó que los adanes fueran lindos, la mayoría estuvo de acuerdo en que tenían "el asunto a la derecha".
Una anciana opinó que uno de ellos era parecido a un chancho flaco como un galgo. A un hombre de mediana edad, muy serio, se lo escuchó decir que más bien parecía un batracio espigado. Ninguno estaba circuncidado y no llegaron a "armarse".
El hecho dejó patente el sogüetismo que hay en el país, puesto que después que ingresó la decena estimada, un hato de al menos dos decenas más de machos vestidos como vinieron al mundo trataron de ingresar, pero solo lograron un aplauso callejero y la inequívoca mirada de algunas mujeres, y sobre todo de algunos hombres. Al final, dos chicas cubrieron a los nudistas con sendas batas y estos salieron después del negocio con aspecto irreconocible, pues sus intimidades habían sido ocultadas mejor que con antifaces. Su reaparición también arrancó aplausos adentro y afuera, y todos contentos bajo la lluvia.
Aunque entre el pueblo que se apiñó con entusiasmo en el lugar nadie comentó que los adanes fueran lindos, la mayoría estuvo de acuerdo en que tenían "el asunto a la derecha".
Una anciana opinó que uno de ellos era parecido a un chancho flaco como un galgo. A un hombre de mediana edad, muy serio, se lo escuchó decir que más bien parecía un batracio espigado. Ninguno estaba circuncidado y no llegaron a "armarse".
El hecho dejó patente el sogüetismo que hay en el país, puesto que después que ingresó la decena estimada, un hato de al menos dos decenas más de machos vestidos como vinieron al mundo trataron de ingresar, pero solo lograron un aplauso callejero y la inequívoca mirada de algunas mujeres, y sobre todo de algunos hombres. Al final, dos chicas cubrieron a los nudistas con sendas batas y estos salieron después del negocio con aspecto irreconocible, pues sus intimidades habían sido ocultadas mejor que con antifaces. Su reaparición también arrancó aplausos adentro y afuera, y todos contentos bajo la lluvia.