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FORTIN DISPUTADO
Boquerón fue el tercer fortín tomado por los bolivianos en represalia por la retoma paraguaya de la laguna Pitiantuta. Establecido como puesto avanzado, a 60 km al SO de Isla Poi y a 143 km de Punta Riel de Puerto Casado, ya en una ocasión anterior, el 14 de diciembre de 1928, había sufrido un primer ataque boliviano, en represalia por la toma y destrucción del fortín Vanguardia, por fuerzas paraguayas, realizada días antes.
Estos sucesos llevaron a las movilizaciones bolivianas y paraguayas de 1928. Gestiones diplomáticas mediante, Boquerón fue devuelto al Paraguay y éste, reconstruyó Vanguardia y se aquietaron las aguas, momentáneamente. Resultado de esto fue el aumento de efectivos paraguayos en Boquerón, hasta completar un escuadrón y la organización de construcciones defensivas alrededor del reducto.
LA TOMA POR LOS BOLIVIANOS
El 31 de julio de 1932, el destacamento boliviano al mando del teniente coronel Emilio Aguirre capturó sangrientamente el fortín, aprovechándose de una superioridad numérica (un centenar de paraguayos frente a un millar de bolivianos). pero los compatriotas habían tendido una trampa a los invasores y, a poco de entrar en el fortín, por medio de ráfagas de ametralladoras, sembraron muerte y confusión entre los nuevos ocupantes, matando inclusive al comandante Aguirre, quedando como comandante de la posición boliviana el teniente coronel Manuel Marzana.
RECLAMO ARMADO
La orden de ataque fue entregada al comandante de las fuerzas enviadas para la defensa del territorio, teniente coronel José Félix Estigarribia, por el mayor Juan Manuel Garay. Consistía en una orden escrita por el propio presidente de la República, pero sin la firma de éste.
LA BATALLA DE LOS 20 DIAS
A las 07:00 de la mañana del 9 de septiembre de 1932, al grito estentóreo de ¡Viva el Paraguay! se inició la batalla por la retoma de Boquerón.
Para describir aquellas primeras jornadas, recurriremos al relato del escritor Augusto Roa Bastos: No menos de diez mil hombres y un enorme despliegue de material se dispone a yugular el bastión acorralado, que parece tener siete vidas como los gatos. Lo sentimos en realidad como un gran tigre hambriento y sediento, sentado sobre sus cuartos traseros, invisible dentro del monte en llamas, pero capaz todavía de saltar al fin por encima de la trampa que le hemos tendido, para desintegrarse en la embriaguez de cósmica violencia que lanza a las fieras más allá de la muerte.
La batalla de Boquerón no lleva trazas, ni remotamente, de llegar a su fin. El ímpetu del ataque ha vuelto a agotarse en sí mismo. Boquerón es un hueso duro de digerir. El movimiento peristáltico de nuestras líneas trabaja inútilmente para deglutirlo. Hay algo de magia en ese puñado de invisibles defensores, que resisten con endemoniada obsecación en el reducto boscoso. Es pelear contra fantasmas, saturados de una fuerza agónica, mórbidamente siniestra, que ha sobrepasado todos los límites de la consunción, del aniquilamiento, de la desesperación.
EL FINAL
Una leve y tibia brisa mañanera presagiaba un día más de intenso calor en el páramo chaqueño, muchas vidas se troncharon a causa de la terrible sed que minaba a sitiados y sitiadores en los 20 días que duró la batalla por la recuperación del fortín Boquerón, por parte de los paraguayos. Desde el 26 de septiembre, los paraguayos intensificaron su asedio y el 29 de septiembre debía hacerse un ataque general para lograr la rendición de las estoicas fuerzas bolivianas que ocupaban el fortín. La falta de municiones, de agua, comida y medicamentos, definieron la suerte de los bolivianos y dieron a las fuerzas paraguayas la primera de sus rotundas victorias en la Guerra del Chaco.
La de Boquerón fue la batalla de todas las insuficiencias y las no escasas improvisaciones. Con su fantástica lucha por el agua y los consiguientes tormentos de la sed, suma y razón de todos los agotamientos y de todas las angustias, así físicas como morales -dice el coronel Arturo Bray, comandante del RI6-, fue Boquerón la síntesis de nuestro prestigio militar y la más acabada expresión de nuestro valer como nación en armas. Pero todo tiene su fin. La consunción, el aniquilamiento y la desesperación no pudieron ir más allá que la cálida mañana del 29 de septiembre de 1932, cuando, luego de 20 días de asedio constante, los sitiados en el Fortín Boquerón sucumbieron por la falta de elementos básicos para su sostenimiento: agua, alimento y municiones.
El resultado: la victoria paraguaya en una lucha de titanes.
surucua@abc.com.py