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Pintoresca y folclórica es la historia que envuelve al barrio San Antonio de Asunción. “Estamos aquí desde 1951. Era un yuyal y tosca de un lado y un enorme arenal por el otro, con muy pocas casas. Llegar a Itapytãpunta era de ermitaños y algunos misioneros. Hasta la calle Hernandarias era el máximo límite de la ciudad, y todo lo que estaba al oeste fue una urbanización tardía”, relata la historiadora y vecina Margarita Durán Estragó.
El sector era parte del “barrio Cachinga”, nombre que se utilizó hasta los 70. “Leí en el Archivo Nacional de Asunción sobre la venta de tierras de la familia Díaz de Bedoya a un señor de apellido Cachinga. Incluso se dijo que era un portugués que llegó después de la Guerra de la Triple Alianza a ocupar este sitio”, menciona. De ahí el misterioso nombre de antaño que tenía el sitio.
En una de las colinas, en la casa de Don Juan Coronel, benefactor de la parroquia, se rendía culto familiar a la pequeña imagen de San Antonio heredada de su abuela. Doña Mónica Cano de Paredes, quien a su vez la recibió de su madre, una de las residentas que siguieron al Mariscal López. Esta residenta había hallado la talla envuelta “en un alto del camino” en Ajos, hoy Coronel Oviedo. Terminada la guerra, la puso en un altar en su casa de Asunción, en las actuales calles Dr. Coronel y Guillermo Arias. Allí empezó la devoción barrial a San Antonio de Padua, que fue alcanzando fama.
Cuando murió doña Mónica, la imagen pasó a manos de los vecinos de Cachinga, que en el Plano General de la Ciudad de Asunción de Federico E. De Gásperi se identificaba como “Loma San Antonio” (c. 1927).
Por voluntad de la anterior propietaria, los vecinos construyeron hacia 1920 el primer oratorio comunitario en un terreno fiscal de la calle Lisboa (hoy Dr. Paiva) y Piribebuy (hoy Comandante Gamarra), donde está el Club San Antonio. El lugar de culto tenía una pista de baile y un escenario. “Se hizo costumbre el rezo de los 13 martes de San Antonio, así como el novenario y la Despierta, serenata que los devotos de San Antonio le llevaban a medianoche del 12 de junio de cada año”. Esto le dio fama de “San Antonio bailarín”, aunque lastimosamente la tradición se perdió.
Cada 13 de junio, la imagen iba en andas, entre petardos, banderillas multicolores y cánticos para su misa en la sede parroquial de María Auxiliadora. Volvía a su oratorio y seguía la farra.
En 1927, los vecinos decidieron integrar la “Sociedad barrio San Antonio” para organizar mejor sus eventos, ya no solo religiosos, sino profanos. Ante esto, Mons. Juan Sinforiano Bogarín, en 1930, redactó una “Reglamentación sobre manifestaciones del culto público”, que servía para la viceparroquia de María Auxiliadora (fue parroquia recién en 1933) y las tres parroquias de entonces: La Encarnación, San Roque y Catedral. Se prohibieron las bandas, bombas y cánticos durante la procesión.
En años siguientes, las relaciones entre la Sociedad Barrio San Antonio y los Salesianos subieron de tono, sobre todo cuando, en 1943, los religiosos prohibieron que la imagen fuera llevada a la parroquia de María Auxiliadora. Entonces, los vecinos acudieron con la imagen a los Redentoristas para su misa anual del 13 de junio, en la parroquia del beato Roque González. Pero cuando llegaron se les informó que la gente podía entrar, pero el “santo bailarín” debía quedar afuera a pedido de los Salesianos. Regresaron al oratorio sin misa, ofendidos por el trato de indigno e inmoral, explica Durán.
En medio del conflicto religioso-vecinal, en 1948 quedó la pista para los bailes y empezó la labor por un oratorio y una escuelita, dirigida por Betty Filippini.
En 1952, el Cnel. Pablo Rojas donó parte del terreno que ocupó el primer oratorio, que en 1958 se elevó a parroquia. La comisión pro templo fue presidida por Roberto L. Petit. En 1972 llegó el padre Carlos Alborno, quien hasta vendía hamburguesas para la construcción del nuevo templo, que se inauguró el 13 de junio de 1985, con un barrio ya consolidado en la Loma San Antonio.
FOTOS: Diego Fleitas y Javier Cristaldo