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Solo penurias y peligros viven los infantes, quienes –obligados por múltiples circunstancias– sobreviven sus días recorriendo las calles capitalinas. No piensan en sumas o restas, ni en cuentos o mapas de geografía. Su realidad los empuja a sufrir los embates del asfalto.
Los golpea el olvido de sus propios padres y del Estado.
Quienes deberían protegerlos y cuidarlos, dedican su tiempo a otros menesteres que consideran más importantes.
Así como muchos progenitores descansan guarecidos a la sombra, aguardando monedas y billetes recolectados por los chicos, también las autoridades se refrescan en sus oficinas con aire acondicionado y bocaditos, sin cumplir con sus funciones.
Sin hogar, salud, educación, recreación, cariño –entretanto– los pequeños solo perciben abandono y soledad. Niños tristes. Eso es lo que vemos cuando recorremos las esquinas de nuestras calles asuncenas.
Niños en riesgo, posibles víctimas de explotación sexual, completamente alejados de las escuelas, sin acceso a una formación integral que involucre el cumplimiento de todos sus derechos como seres humanos.
Mientras, el programa Abrazo de la Secretaría de la Niñez cerró 10 de sus 43 centros debido a un retraso en el pago de salarios a funcionarios, quienes a su vez optaron por no cumplir más con sus funciones.