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El crecimiento económico que ha experimentado Taiwán desde hace unas décadas, luego de desechar una economía basada en la agricultura, apostando a la industrialización, la llevaron a tener otro tipo de problemas, siendo el principal de las ciudades: la basura.
Esto hizo que el consumismo aumentase de forma considerable y las industrias inundaran el país con sus residuos tóxicos. Al principio, el Gobierno implementó sistemas rápidos y efectivos como plantas incineradoras que fueron las encargadas de eliminar estos desperdicios, pero la quema emite una gran cantidad de gases tóxicos a la atmósfera.
Obviamente esto ha traído aparejado un desastre ecológico que hizo que la población se movilizara y surgieran iniciativas ciudadanas para buscar paliar la situación.
En 1996, la Agencia de Protección del Medio Ambiente de Taiwán (EPA) obligó a los negocios a pagar una tasa de reciclaje por sus productos de desecho; un dinero que después se invertiría en un programa de reciclado, y con el que además se crearon compañías que usaban materiales desechados como el plástico, el papel, los metales y algunos productos textiles para darles una segunda vida.
Pronto estas medidas dieron los resultados esperados: en 2012, los 23 millones y medio de ciudadanos taiwaneses lograron una tasa de reciclaje de 54% (en Taipéi era de 67%); un dato que resulta aún más admirable si se compara con el 5% obtenido 14 años antes.
Separación en origen y paga por lo que bota
Uno de los principales aciertos de la EPA ha sido imponer unas tasas sobre la basura general que vierte cada ciudadano. De esta forma, no solo se conciencia acerca de la necesidad de reciclar, sino que además se anima a que las personas generen los mínimos desechos posibles, porque estos después acabarán incinerados en los vertederos. Las bolsas de plástico azules destinadas a este tipo de sobras se pagan con un recargo que va desde los 2 céntimos hasta poco más de 1 euro (G. 6.000), dependiendo de su tamaño.
El resto de la basura debe separarse de manera meticulosa: la comida cruda en una bolsa y la cocinada en otra. El motivo es que la primera se usará para elaborar fertilizantes y la segunda hará de alimento de los cerdos y otros animales de granja. Los plásticos y el papel también se clasifican.
Nadie se libra: en algunas áreas hay cámaras que vigilan que todos los vecinos reciclen correctamente. Y si no lo hacen, se enfrentan a sanciones de 200 euros (G. 1.200.000).
Gracias a esta propuesta, la cantidad de basura que cada persona genera al día se ha desplomado desde poco más de 1 kilo hasta unos 400 gramos en solo seis años.
Los camiones recolectores tienen días y horarios específicos para recoger la basura de reciclaje y otros para los desechos finales.