Su descenso al lugar de los muertos a la espera de la resurrección

El Sábado Santo es un día de silencio, de espera, de meditación y reflexión. Ya desde una antigua tradición, la Iglesia permanece junto al sepulcro, en oración, expectante, renovando su confianza en Dios. La meditación gira en torno a la presencia de Jesús en el sepulcro y su descenso al lugar de los muertos. Cristo descendió al lugar de los muertos, allí donde desde Adán, todos los fieles del Señor esperan la redención.

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Exceptuado el rezo de la liturgia de las horas, la Iglesia no prevé una liturgia propia del Sábado Santo; es día de silencio, de espera, de reflexión, de leer y releer en la propia vida la obra salvadora de Dios. Nuestro credo nos recuerda que Jesucristo descendió al lugar de los muertos –lo que debe entenderse cada vez que rezamos “descendió a los infiernos”- en verdad creemos que el Señor, luego de la muerte en cruz, fue al lugar donde “van” todos los muertos que esperan. Pero Él no fue a esperar, Él fue a levantar a la humanidad que estaba caída.

Cristo compadecido de todo el género humano, también llevó la redención a los que se habían dormido primero. El Sábado Santo es un día de silenciosa esperanza. El Señor sigue trabajando, no detiene su plan de salvación de la humanidad.

Una espada te atravesará

La vivencia del Sábado Santo se percibe mejor en torno a la figura de María. La joven que recibió el anuncio del ángel Gabriel, hoy con más años de experiencia de Dios, está junto al sepulcro donde está el cuerpo de aquel Hijo del Altísimo. Al lado de María podemos contemplar hoy, tantos jóvenes, presos del dolor, del sufrimiento, de las agresiones, están ellos lamentando su propia realidad, una situación dura, asfixiante. Podemos ver también tantas madres, tantos padres llorando por no poder dar mejores condiciones de vida a sus hijos, o por verlos ahogados en las drogas, en el alcohol, en los más denigrantes vicios.

A María se lo advirtieron: “y a ti, una espada te atravesará el corazón”, y aún con la advertencia se decidió a permanecer al lado de su Hijo, junto al sepulcro.

Con María estamos invitados a acompañar a los que no tienen voz, a los que han perdido las esperanzas, a los que están viendo pasar la vida sin ninguna oportunidad de crecimiento. La Virgen dolorosa sabe que de su dolor brota la esperanza. Confía en aquel que hace maravillas, y permanece unida a Él.

En el silencio de María podemos encontrar la esperanza perdida, podemos reconfortar al caído, al débil, al triste. Esa espada de dolor no agota la esperanza; al contrario, le hace confiar más y más en el Dios de la vida. María como madre de misericordia tiene un mensaje para la juventud: confiar, aguardar, esperar que Dios haga nuevas todas las cosas, no desanimarnos ante el primer tropiezo. Junto al sepulcro, entramos en la escuela de María, escuela de silencio y contemplación, escuela de amor, de dolor y redención.

María acompaña al pueblo en sus luchas cotidianas, en su búsqueda de paz y esperanza. Y se nos presenta como un testimonio de paciencia, de perseverancia en la oración. Que su presencia de madre en nuestras vidas nos anime en nuestras horas de dolor y muerte.

Devoto de María

El padre Pío de Pietrelcina, el santo de los estigmas, tenía una singular devoción a la Virgen María. En el Convento en el que vivía tenían varios altarcitos dedicados a la Madre de Dios, y él al pasar por ellos siempre se quedaba a saludar reverente. El santo rosario era una de las armas de cada día del Padre Pío; una de sus frases memorables es: “Con el rosario se ganan batallas”.

Este mismo corazón nos visitará del 10 al 18 de abril, y estamos todos invitados a participar de las actividades programadas. Para más informes, se puede consultar al (021) 310 581 o 0984 995 738.

hnovalentin@hotmail.com

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