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Actualmente en la Iglesia católica este es un día alitúrgico, esto es, un día en el cual no se puede celebrar la eucaristía. Es también día en que el ayuno y la abstinencia son aconsejados. Debe ser un día de mayor contemplación, de silencio y de meditación en el misterio de la muerte de Cristo. En este día se recuerda el silencio de la Virgen María y también el descenso de Jesús al lugar de los muertos para librarlos de la muerte.
El Silencio de María
Dice la tradición que al retirar el cuerpo de la cruz, María lo recibió en sus brazos. Qué grande era el dolor de esta madre. Cuántas preguntas en el silencio de su corazón. Aquel mismo Jesús que ella dio a luz, que amamantó, que enseñó a caminar... ahora está de nuevo en sus brazos, pero ya no habla, no escucha, no ve, ya no siente nada. Hasta su corazón ya no late. María, angustiada, experimenta el silencio de Dios.
Ciertamente este es el momento de la fe. Pues tener fe cuando todo está bien es fácil, o mejor, ni se necesita tenerla, basta disfrutar. Sin embargo, en medio de la prueba, cuando no se ve ninguna luz, seguir confiando y esperando, esto es tener fe. Pues en lo profundo del corazón nace una certeza: si Dios nos abandona en algunos momentos, es porque ya tiene preparado algo mucho mejor para después, y quiere ayudarnos a crecer, a abandonar una fe ingenua, a madurar en nuestra vida llevándonos a la plenitud.
El silencio de Dios fue acogido en el silencio de María. Como mujer de fe, ella esperó en el Señor. Sabía que Dios en su momento se manifestaría. La Virgen aguardó silenciosa. Hoy somos invitados a vivir esta experiencia. Como discípulos amados que somos, llevemos la Virgen con nosotros y vigilemos con ella, sin muchas palabras, pero llenos de confianza, pues sabemos que Dios es fiel.
La gran vigilia
En primer lugar es importante tener claro que esta vigilia no pertenece al sábado sino que es celebración del Domingo de Pascua. Es una de las celebraciones más bellas de la Iglesia con una inmensa riqueza ritual. Ella tiene cuatro momentos muy fuertes: un lucernario inicial; que empieza con la bendición del fuego, la preparación del cirio pascual, y su entrada en la iglesia oscura con la solemne proclamación: “Esta es la luz de Cristo”. Todos van encendiendo sus velas y la iglesia se queda toda iluminada, mostrando la fuerza de la resurrección, en seguida se canta el pregón pascual. La segunda parte es la vigilia propiamente dicha: se hacen las lecturas del Antiguo Testamento (al menos tres y máximo siete) con sus salmos y oraciones y culmina con el canto del Gloria. Después de la lectura de la epístola se canta solemnemente el aleluya, que es el canto por excelencia de la Pascua, y se proclama el evangelio. La tercera parte es la liturgia bautismal, o al menos la bendición del agua y aspersión de todos los fieles, que así renuevan el propio bautismo. La última parte es la celebración eucarística propiamente dicha.
El Sábado Santo y el año de la misericordia
El acompañar a la Virgen en su dolor nos hace recordar que el cristiano no puede permanecer indiferente al sufrimiento de las personas. Nuestra fe tiene que hacernos sensibles a los que necesitan de nuestra solidaridad. Nuestra fe sería alienante si no nos llevase a un compromiso concreto con los que sufren. San Juan nos dice que somos mentirosos si decimos que amamos a Dios que no vemos y despreciamos al hermano que vemos. Este es un día especial para hacer una visita a un hospital precario, o a los damnificados, o a la cárcel, o a otros que estén en situaciones de graves dificultades… Dice el Papa Francisco que debemos tocar las heridas de Cristo en los hermanos sufrientes.
Sacerdote capuchino