Sábado Santo: descenso al lugar de los muertos

Dentro de nuestra práctica religiosa popular, el sábado se suele dejar para sentir el silencio de María, quien acompañó a su Hijo en los momentos de dolor y de alegría. Sobre todo, solo pensar en el momento en que María recibe en sus brazos el cuerpo de su Hijo, nos estremece el alma. Jesús, quien es depositado en la tumba, se abandona en las manos de Dios en silencio.

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¿Quiénes sepultan el cuerpo de Jesús?

Nicodemo y José, con otras personas, fueron a bajar el cuerpo de Jesús. La Virgen María estaba de nuevo ahí, al pie de la cruz, con valentía y amor mirando a su Hijo, no quiso abandonarlo, sino que perseveró hasta el final. En ella el “Todopoderoso obró grandes cosas” (Lc 1,49); grande fue el dolor, como grande fue la gracia que recibió de Dios para soportar con serenidad tanta injusticia, con sabor a redención.

Estaban con María, Juan, su hijo nuevo, y las mujeres que siguieron a Jesús como amigas cercanas en todo su ministerio público. Al bajar el cuerpo de Jesús, se mancharon con la sangre del inocente. Ella recibe el cuerpo de su Hijo, orgullosa y dolorida, recordando las palabras que le dijo desde la cruz, quien ya no le dijo Madre, sino “Mujer”, para solemnizar su nombramiento de su nueva y universal maternidad.

¡Qué relación!, pues, el pecado de Adán fue hecho junto a un árbol, y Jesús manifestó su poder de salvación junto a otro árbol, el árbol de la cruz. “En el huerto había un sepulcro nuevo, donde nadie había sido depositado todavía” (Jn 19,41). Qué maravilla, porque hasta en su muerte, Jesús fue pobre.

José fue generoso, ya que ese sepulcro lo había hecho para él, sin embargo quería que su amigo fuese sepultado dignamente. Siguiendo la costumbre judía (cf. Jn 19,40), “pusieron allí a Jesús” (Jn 19,42).

Descendió a los infiernos

En muchas ocasiones escuché expresarse a la gente, qué significa que Jesús descendiese a los infiernos. Cómo Dios permitiría que descendiese a los infiernos, si ahí están los malos, los condenados.

En las Sagradas Escrituras encontraremos en varias partes del Antiguo Testamento que todos los muertos enterrados habitaban en la mansión de los muertos o infierno. Pero ahí estaban los buenos y los malos, todos iban a esa mansión. La palabra en latín “infernus” o inferi hace referencia a lo que está debajo de la tierra, no precisamente los condenados, sería lo que nosotros conocemos como cementerio. Pero en el caso de Jesús baja a ese lugar para rescatar a los justos. Cuando Jesús murió en la cruz, su alma unida a la divinidad, al Hijo de Dios, bajó a libertar a las personas justas, que le estaban esperando ansiosamente.

En expresiones gráficas, podríamos expresar así: Él mismo rompió la cárcel y soltó a los presos. Eran tantas personas quienes en aquel momento recibieron la libertad y la vida eterna. Habían pasado muchos siglos desde Adán, muchísimas personas estaban esperando al Mesías Redentor, que creían en Él dando testimonio del Mesías, así tenemos a reyes, profetas, patriarcas, jefes y otras tantas personas que daban testimonio de generación en generación por la llegada del Mesías y lo que traería a la humanidad.

Tanta alegría genera el Señor por su paso, porque “por donde Dios pasa, todo se transforma, nada (ni nadie) queda igual”. Y todas estas personas al ser rescatadas a la verdadera libertad eterna, están tan agradecidas y felices, que palabra humana nunca expresará tal acontecimiento.

Escribas y fariseos

Los discípulos seguían escondidos por temor a los sacerdotes, escribas y fariseos; estos a su vez estaban asustados por todo lo que estaban escuchando que pasaba, temían que los discípulos empezasen a pregonar por todas partes que Jesús había resucitado como lo había dicho antes de morir.

A ellos no les importó que fuera sábado para ir a entrar en el patio del pretorio, y llenos de hipocresía para adular a Pilato, le llaman “señor” para conseguir su objetivo. “Señor, recordamos que este impostor dijo cuando aún vivía: ‘Al tercer día resucitaré’. Manda, pues, que quede asegurado el sepulcro hasta el tercer día, no sea que vengan sus discípulos, lo roben, y digan luego al pueblo: ‘Resucitó entre los muertos’, y la última impostura sea peor que la primera” (Mt 27,64). Y tantas mentiras metiendo en el oído al que odiaban por ser representante de la dominación romana. Todo con tal de conseguir lo que ellos querían, que nadie más se acordase de “ese tal Jesús”, porque era un peligro para sus intereses.

La falsedad y la mentira son sus instrumentos principales para conseguir sus objetivos. Cualquier similitud que haya con nuestra realidad, debe ser motivo de cuestionamiento para decidirnos por el bien de la humanidad. Seguir luchando para que la verdad pueda ser promovida, defendida y acompañada en todo tiempo y lugar, y sentirnos interpelados si en algún momento hemos condenado a un inocente.

Imagínense que Pilato no accedió a sus pretensiones y les dijo para que ellos mismos se asegurasen con sus guardias. “Ellos fueron y aseguraron el sepulcro, sellando la piedra poniendo la guardia” (Mt 27,66). Todo esto pasaba para que al dar testimonio se contase lo sucedido. Es maravilloso cómo Dios sabe hacer las cosas de la vida, todo lo tiene pensado para que se realice su proyecto.

La espera de María

La Virgen esperaba, sola en su fe, esperaba rezando. Su dolor estaba inundado por la esperanza de las palabras de su Hijo que resucitaría al tercer día. Al ver cómo llevaban el cuerpo de su Hijo, pide al Padre eterno porque se cumplan las palabras de Jesús, que resucitará. Ella como Madre, intercede para que se reuniesen los discípulos de nuevo. Todos se sentían avergonzados por tanta cobardía.

María, con tanta fe, con tanta humildad y sencillez, estaba esperando activamente la Resurrección de Jesús, animando a los discípulos y discípulas. Y se cumple cuando la estrella de la mañana, vio cómo las mujeres iban camino del sepulcro, todavía “de madrugada, cuando todavía estaba oscuro” (Jn 20,1).

Es el milagro de la Pascua, cómo estira hacia sí, la gloria de la Resurrección, a todos los creyentes. Por eso, nos preparamos en este día para vivir la vigilia pascual en nuestras comunidades, en nuestras parroquias, luego del silencio y la preparación para el acontecimiento más grande de nuestra historia y del mundo entero.

Oración

Perdón, Señor, por no entender en nuestra carne todo lo que has pasado. Perdón porque muchas veces nos hemos burlado de tu Madre quien es la “Mujer-Madre” de toda la humanidad. Perdón porque también somos tentados a planificar el mal contra los demás. Te pedimos tu gracia de corazón para vivir desde dentro esta experiencia de los discípulos y de María en torno a Jesús en esos momentos de angustia y de dolor.

Gracias por darnos a una Madre que nos mima y nos acaricia todos los días. Gracias porque tu Mamá es quien intercede por nosotros para que tu misericordia nos alcance. Gracias Virgencita Santa por estar cerca nuestro, más allá de nuestras fragilidades y pecados.

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