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A la manera de un géiser, las aguas cloacales brotan del suelo y se esparcen calle abajo. El hedor es insoportable y los más perjudicados son los motociclistas y ciclistas que intentan surcar el hediondo charco que se forma sin ser salpicados. Una misión casi imposible. Lo mismo ocurre con los pasajeros de los buses que viajan en las estriberas, y con los peatones que van por la vereda o el paseo central.
Es habitual que después de cada lluvia, por leve que sea, este registro cloacal explote y rebose. Por ese motivo, la calle Coronel Felipe Toledo se encuentra totalmente destruida.
De acuerdo con los vecinos, cuando no brota agua servida del mismo desagüe, el problema es que queda en el sitio un “tremendo agujero”, que entorpece el tránsito automotor y perjudica a los vehículos.
El desagüe suele ser reparado, pero el problema –la cloaca– resurge con frecuencia.