Recuerdos de la “placita”

“La plaza Gaspar Rodríguez de Francia, conocida simplemente como la “placita” por los vecinos, no solo ha sido el centro de actividades recreativas de niños, jóvenes y adultos del barrio. El parque también era morada cuasi permanente de solitarios personajes, que hacían del lugar su hogar y su refugio en cualquier momento del día y sin importar muchas veces las condiciones climáticas del momento”, dice Juan Carlos dos Santos, periodista y vecino del lugar. 

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Durante la década del 70 y 80, pintorescos personajes hacían de la plaza el hogar donde pasaban la mayor parte del día, recuerda. 

“Unidos por alguna que otra botella de caña blanca, el más económico de los tragos que podían obtener en el almacén de la cuadra, varios ancianos sin hogar o abandonados por sus familiares y perdidos en el olvido, pasaban largas horas sentados en los bancos, a veces solitarios y no pocas veces solidarios con sus compañeros de trago”. 

Entre ellos cita a “Pachanga”, un anciano de baja estatura, vestido de saco y sombrero, recorría las calles adyacentes buscando el favor de algún vecino que pudiera, con dos o tres monedas, darle la posibilidad de acudir cada día al almacén en busca de caña. 

Otro personaje –prosigue– que por varios años hizo de la plaza su hogar, era un robusto ciudadano alemán entrado en años, de casi dos metros de altura y que cuando el alcohol lo dominaba, pronunciaba encendidos discursos al estilo nazi. Se hacía llamar “Buli Buli” y era el blanco favorito de las burlas de los niños, habida cuenta de su problema para caminar, producto de la guerra, en la cual, según él, había tomado parte.

Cuando “Buli Buli” estaba sobrio, era posible conversar con él sobre historias de la guerra, atrocidades de los combates y de la valentía y grandeza del soldado y el pueblo alemán: “Siempre que comenzaba con esas historias, sus lágrimas decoraban el relato y este misterioso personaje, posiblemente veterano del ejército alemán de la II Guerra Mundial, finalizaba el cuento para someterse nuevamente al infierno del alcohol, que según él, lo ayudaba a olvidar los duros momentos de su vida anterior y las lágrimas daban paso a un llanto desconsolado. Nunca siquiera le preguntamos su verdadero nombre, y mucho menos cómo había llegado al Paraguay”.

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