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El pasaje del Evangelio de San Mateo que se establece para la Misa (Mt 26, 14-25) lo podemos orientar en tres partes pero todo el contexto es el de la preparación para la cena de Pascua. La primera parte es el relato de una conversación que tiene Judas con quienes quieren prender a Jesús. El ambiente es el de una verdadera transacción. Se dan términos de una compraventa, se “negocia” la entrega de Jesús. Judas pregunta “cuánto” le darán si se los entrega.
Es interesante en este ámbito valorar que la acción humana de por sí se presenta como una negociación, término que voluntariamente queremos usarlo como sinónimo de acuerdo. Ahora esa negociación o acuerdo se hace no tanto por el valor de la cosa o del hecho, sino por el provecho que se puede obtener como resultado de “esa” negociación. E insistimos, en cada caso lo que se ofrece, muchas veces, es como desvalorizado frente a ese aparente “gran bien” que se puede obtener. Sin embargo, esa valoración representa simplemente una escala de valores, es decir, el parámetro que cuenta en la vida de cada uno.
Así, hay algunos que no dudan en poner en juego su propia estabilidad personal frente a un ofrecimiento placentero. Y, para que ello se pueda concluir se utilizan diversas artimañas con tal de conseguir aquel provecho, por ejemplo, Judas da un beso –signo de paz, de amistad– a Jesús.
Hasta se puede decir que aquel resultado esperado “hace perder la cabeza” para quien la persigue y, muchas veces, es solo una fijación sobre “el provecho”, que, en nada se compadece con el riesgo y la consecuencia que puede traer dicha negociación. Por eso, Judas pregunta, cuánto le darán y, el texto indica que, acordaron en treinta monedas de plata.
Según datos de la época, dicho monto representa lo que se pagaba por un esclavo. Y, entonces, Judas porque no valora lo que tiene vende a quien le ofrece la Salvación, a quien le ofrece la dignidad de vida, a quien le da la posibilidad de encontrar el sentido de su vida por lo que cuesta un esclavo. Pero esta figura es también emblemática, porque Dios en verdad se vuelve el esclavo de la humanidad. Dios se humilla (cf. Fil 2, 8), con el deseo de que la humanidad se libere del engaño del pecado, pues la Salvación es camino de perfección y la perfección es la capacidad de gestionar la propia vida en serenidad y generosidad. Entonces, perfección es sinónimo de plenitud, sinónimo de felicidad.
La segunda parte del texto evangélico de San Mateo que nos presenta este Miércoles Santo la liturgia comienza con una pregunta que le hacen los discípulos a Jesús y, vale indicar que se da como un dato cronológico: “el primer día de los ácimos”. Indica esto el inicio de la semana para la fiesta de la Pascua que es la fiesta en que se comía el pan sin levadura, que tiene una catequesis muy rica en la tradición del pueblo hebreo.
Pues, las celebraciones que realizaban tenían el fin principal de hacer siempre presentes los acontecimientos vividos por toda la historia. Con esto, se forma una mentalidad por la cual pasadas las generaciones, igual hacían propias las experiencias que, al mismo tiempo, volvían a ser motivadoras para los mismos, hacia el futuro. Pan sin levadura, ácimos, hacían vivir al presente lo que pasaron los antepasados en la esclavitud y luego en el desierto.
Entonces, la preparación para la comida pascual era todo un programa familiar y comunitario que tenía su rito propio. Jesús también celebraba esos acontecimientos con sus discípulos.
A la pregunta que le hacen ¿dónde quieres que te preparemos la cena pascual? Jesús da una respuesta directa, pero con un dato colectivo innominado. Y responde, vayan a la casa de tal persona y díganle: “El Maestro manda decirte: Se acerca mi hora, voy a celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos”.
La respuesta no tiene pérdida. Es bellísima la frase en toda su extensión. El término “tal persona” lo podemos reemplazar por “fulano” para usar un término coloquial. Esta indicación que encontramos en esta palabra de Jesús, con seguridad quiere decir con alguien pero en el sentido de con cualquiera, y, por tanto, con todos. Y, directamente aplicado, con seguridad también incluye a quien hoy y en el futuro escucharán esta Palabra de Dios proclamada, también es para ti y para mí: “Se acerca mi hora, voy a celebrar la Pascua en tu casa”.
Y qué es la Pascua, es el acontecimiento que vuelve a ser realidad hoy por la persona de Jesús, es la victoria sobre la muerte y el pecado. Es esa la celebración que Jesús la quiere hacer contigo y con la humanidad toda. Él se hace presente y con todo su ser quiere celebrar con nosotros, es decir, ayudarnos a destruir a derribar todas las barreras que no nos permiten vivir la alegría de los hijos de Dios muy amados (cf. Colosenses 3,12).