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Los piropos nacieron como una manera de conquista del hombre hacia la mujer. En la era de la velocidad comunicacional los piropeadores perduran, aunque con el tiempo parecen haber ido variando en tono e intención.
A pesar de la apariencia liviana del tema, los piropos han sido motivo de análisis de varios investigadores de la comunicación hablada: Gonzalo Aristízabal en su obra "Piropos, la pasión hecha palabras", José Luis Calvo Carilla en "La palabra inflamada, historia y metafísica del piropo literario en el siglo XX", o "Piropos, refranes, máximas, grafitis, unos recolectados y otros escritos", de Luis Ernesto Triana Sánchez. Aunque el piropo se relaciona de buenas a primeras con la palabra, también existe en la manera gestual: un guiño, el conocido silbido, un darse vuelta a mirar.
Hoy, además, la tecnología aporta los emoticonos (caritas, corazones) para manifestar pasiones. El escritor colombiano Oscar Domínguez Giraldo lo define y lo defiende con dulzor: "El piropo pertenece al reino de las ilusiones, no de los despechos", "Es una bala de miel", "Es una admiración en voz alta". Por el lado contrario, Luis Ernesto Triana Sánchez baja de categoría tal ensoñación para apuntar a la chatura callejera: "Es el uso de un vocabulario soez o de cloaca, dada su falta de cultura, para pretender conquistar una dama decente con vulgares retahílas".
Del griego: "pyropus" (rojo fuego), los romanos que no tenían rubís para regalarles a las mujeres les regalaban bellas palabras. El verbo piropear fue aceptado por la RAE en 1925, y aún en el tiempo trascurrido se ignora quién fue el inventor de esta lisonja dulce o atrevida, provocadora, enaltecedora respecto a la belleza femenina. El piropo ha recorrido constantes transformaciones a lo largo de la historia. Desde aquel cortejo y apareamiento pasando a lo cortés y elegante, y luego yendo al descenso. No es lo mismo recibir un piropo del enamorado, de un desconocido galante o de los trabajadores de la construcción. Una mujer sola frente a cada situación reacciona diferente.
El tono y la temperatura
"¿De qué juguetería te escapaste, muñeca?"; "¡Qué curvas y yo sin frenos!"; "¡Qué carne y yo sin dientes!"; "¡Cómo se habrán querido tus padres para hacerte tan hermosa!". Pícaros, atrevidos, dulces, cursis o inadmisibles. Con el avance femenino en el tema de los derechos sexuales las mujeres han cambiado postura respecto al piropo subido de tono. "Bonitas piernas, ¿a qué hora abren?" o "Sos el complemento ideal para mi dormitorio" destapan la caja de Pandora entre los sexos, hasta con ribetes de denuncia legal por ser considerados por las mujeres como acoso sexual y denigración. "El movimiento feminista internacional Holloback (EE.UU.) se propuso conformar una red virtual para las mujeres que se sienten agredidas en el espacio público por las palabras de los hombres", dice parte de un artículo en interexpress.com.
Y, quizá, por frases de fuerte contenido sexual, la mayoría de las mujeres evita pasar por obras de construcción, talleres mecánicos o esquinas donde se juntan barras masculinas. ¿Y qué hay de las mujeres que piropean? El investigador Luis Eduardo Alvarez Henao en su obra "La cotidianidad lingüística" dice: "Tanto las circunstancias sicológicas como socioceonómicas influyen en la práctica del piropo, y tanto hombres y mujeres ejercen esta práctica oral. Los piropos que prefieren decir las mujeres son los que se refieren al cuerpo, la relación familiar, la edad y la moda. Por el contrario, el piropo del hombre se caracteriza por la morbosidad".
Personaje legendario
Entre los cuadernos de memorias encontramos a un personaje llamado "Jardín Florido" que residía en Córdoba (Argentina), a quien se considera el piropeador más famoso y educado de los años 50 y 60. Traje impecable y siempre flor en el ojal, acostumbraba pararse en una esquina céntrica para piropear a las damas. Para él no existían gordas ni feas, con lentes gruesos ni ancianas, todas eran merecedoras de delicadas palabras. Cuentan que en su desbordante creatividad, con motivo de haberse conseguido el voto femenino en 1952, le lanzó a una joven dama: "Adiós, hermosa legisladora del mañana". Pero tal era su pasión por la mujer que una vez, yendo en un flamante auto (ganado en un premio), por piropear, se subió a una vereda y atropelló a un grupo de jóvenes, viéndose obligado a vender el coche para pagar un abogado.
Deducciones, sensaciones y pensamientos diferentes, lo que nadie puede negar es que el piropo forma parte de la expresión humana.
(La información fuente de: Internet)
A pesar de la apariencia liviana del tema, los piropos han sido motivo de análisis de varios investigadores de la comunicación hablada: Gonzalo Aristízabal en su obra "Piropos, la pasión hecha palabras", José Luis Calvo Carilla en "La palabra inflamada, historia y metafísica del piropo literario en el siglo XX", o "Piropos, refranes, máximas, grafitis, unos recolectados y otros escritos", de Luis Ernesto Triana Sánchez. Aunque el piropo se relaciona de buenas a primeras con la palabra, también existe en la manera gestual: un guiño, el conocido silbido, un darse vuelta a mirar.
Hoy, además, la tecnología aporta los emoticonos (caritas, corazones) para manifestar pasiones. El escritor colombiano Oscar Domínguez Giraldo lo define y lo defiende con dulzor: "El piropo pertenece al reino de las ilusiones, no de los despechos", "Es una bala de miel", "Es una admiración en voz alta". Por el lado contrario, Luis Ernesto Triana Sánchez baja de categoría tal ensoñación para apuntar a la chatura callejera: "Es el uso de un vocabulario soez o de cloaca, dada su falta de cultura, para pretender conquistar una dama decente con vulgares retahílas".
Del griego: "pyropus" (rojo fuego), los romanos que no tenían rubís para regalarles a las mujeres les regalaban bellas palabras. El verbo piropear fue aceptado por la RAE en 1925, y aún en el tiempo trascurrido se ignora quién fue el inventor de esta lisonja dulce o atrevida, provocadora, enaltecedora respecto a la belleza femenina. El piropo ha recorrido constantes transformaciones a lo largo de la historia. Desde aquel cortejo y apareamiento pasando a lo cortés y elegante, y luego yendo al descenso. No es lo mismo recibir un piropo del enamorado, de un desconocido galante o de los trabajadores de la construcción. Una mujer sola frente a cada situación reacciona diferente.
El tono y la temperatura
"¿De qué juguetería te escapaste, muñeca?"; "¡Qué curvas y yo sin frenos!"; "¡Qué carne y yo sin dientes!"; "¡Cómo se habrán querido tus padres para hacerte tan hermosa!". Pícaros, atrevidos, dulces, cursis o inadmisibles. Con el avance femenino en el tema de los derechos sexuales las mujeres han cambiado postura respecto al piropo subido de tono. "Bonitas piernas, ¿a qué hora abren?" o "Sos el complemento ideal para mi dormitorio" destapan la caja de Pandora entre los sexos, hasta con ribetes de denuncia legal por ser considerados por las mujeres como acoso sexual y denigración. "El movimiento feminista internacional Holloback (EE.UU.) se propuso conformar una red virtual para las mujeres que se sienten agredidas en el espacio público por las palabras de los hombres", dice parte de un artículo en interexpress.com.
Y, quizá, por frases de fuerte contenido sexual, la mayoría de las mujeres evita pasar por obras de construcción, talleres mecánicos o esquinas donde se juntan barras masculinas. ¿Y qué hay de las mujeres que piropean? El investigador Luis Eduardo Alvarez Henao en su obra "La cotidianidad lingüística" dice: "Tanto las circunstancias sicológicas como socioceonómicas influyen en la práctica del piropo, y tanto hombres y mujeres ejercen esta práctica oral. Los piropos que prefieren decir las mujeres son los que se refieren al cuerpo, la relación familiar, la edad y la moda. Por el contrario, el piropo del hombre se caracteriza por la morbosidad".
Personaje legendario
Entre los cuadernos de memorias encontramos a un personaje llamado "Jardín Florido" que residía en Córdoba (Argentina), a quien se considera el piropeador más famoso y educado de los años 50 y 60. Traje impecable y siempre flor en el ojal, acostumbraba pararse en una esquina céntrica para piropear a las damas. Para él no existían gordas ni feas, con lentes gruesos ni ancianas, todas eran merecedoras de delicadas palabras. Cuentan que en su desbordante creatividad, con motivo de haberse conseguido el voto femenino en 1952, le lanzó a una joven dama: "Adiós, hermosa legisladora del mañana". Pero tal era su pasión por la mujer que una vez, yendo en un flamante auto (ganado en un premio), por piropear, se subió a una vereda y atropelló a un grupo de jóvenes, viéndose obligado a vender el coche para pagar un abogado.
Deducciones, sensaciones y pensamientos diferentes, lo que nadie puede negar es que el piropo forma parte de la expresión humana.
(La información fuente de: Internet)