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La veneración de la Santa Cruz
Después del hallazgo de la sagrada reliquia de la cruz de Cristo en Jerusalén (hacia el año 320), en el Viernes Santo se desarrolló un especial ritual entorno a tan venerable reliquia. El obispo de Jerusalén ponía la sagrada reliquia de la cruz sobre una mesa y dos diáconos se quedaban a los costados custodiándola, mientras las personas inclinándose sobre la mesa la besaban. Tal vez, de este gesto de besar la cruz nació la denominación “adoración de la cruz”, pues la palabra adorar (ad oris) significa llevar a la boca.
Este ritual rápidamente se esparció en Oriente y occidente; inicialmente donde tenían una reliquia de la cruz, y más tarde sencillamente se tomaba una cruz que hacía las veces de aquella. La veneración, por lo tanto, era siempre al leño de la cruz y no a una imagen de Cristo crucificado. De hecho, los textos litúrgicos exaltan la propia cruz: “Mirad el árbol de la cruz, donde estuvo clavada la salvación del mundo”; “Tu cruz adoramos, Señor, y tu santa resurrección alabamos y glorificamos. Por el madero ha venido la alegría al mundo entero”. Fue en el medio evo con la tendencia de dramatizar los ritos litúrgicos que se empezó a hacer una entrada solemne, con una cruz velada que entre aclamaciones va siendo presentada al pueblo.
¿Qué sentido tiene ayunar?
El Viernes Santo es tradicionalmente día de ayuno. Sin embargo, muchos se preguntan: ¿Por qué ayunar? ¿Cuál es su sentido? ¿Aún hoy lo debemos hacer? En nuestros días se hace muy difícil predicar sobre el ayuno, pues inmersos en una cultura hedonista, que busca desfrenadamente solo las cosas que dan placer, proponer una penitencia voluntaria motivada desde la fe y que nos hace sufrir, como es el caso del ayuno, resulta algo muy extraño y para muchos criticable. Aunque, muchos por motivos puramente estéticos hagan grandes ayunos, sin que esto perturbe a nadie.
Sin embargo, nuestra tradición religiosa, sabe bien cuanto es importante que cada persona sepa dominar su cuerpo, sus instintos y pasiones. La práctica del ayuno es una escuela, donde despacito, aprendemos a tener en las manos las riendas de nuestro cuerpo. El ayuno cristiano es renunciar voluntariamente durante un determinado tiempo a satisfacer el hambre corporal y ser capaz de suportar los fastidios que esto provoca. Esta experiencia de fe da al cristiano la capacidad de proclamar en su cuerpo la victoria del espíritu, y lo capacita a rechazar las tentaciones en las varias situaciones de la vida. El ayuno voluntario misteriosamente da al hombre la capacidad de tomar posesión de sí mismo, de ser su propio dueño.
El Viernes Santo y el año de la misericordia
La contemplación de la Cruz de Cristo debe generar en nosotros una confianza total en el amor de Dios, pues nos dio la prueba mayor: su propia vida. No debemos tener miedo de Él, pues por más grande que sea nuestro pecado, él está dispuesto a cancelarlo con su sangre. De hecho, el papa Francisco no se cansa de decir, que nadie puede ser excluido del perdón de Dios. Además, con la penitencia voluntaria que hacemos debemos crecer en la solidaridad, pues nuestro ayuno debe transformarse en caridad: la comida que renunciamos en este día debe ser regalada a los necesitados para que nuestra penitencia se complete. El experimentar el hambre debe ayudarnos a tener compasión de los que la sufren sin querer.