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Orgullosa de sus raíces, cuenta que su padre, un exiliado por la dictadura de Alfredo Stroessner, era tan nacionalista que prácticamente obligada traía desde Argentina a su esposa para que tuviera a sus hijos en suelo paraguayo.
Marisa, como la conocen sus compañeros y todos sus pacientes paraguayos, sin embargo vivió toda su vida en el vecino país, pero cada tanto visita la tierra a la que siempre quiso volver su padre.
“El amor tan grande que mi papá sentía por su país despertó en mí un cariño tal vez más grande por mis niños paraguayos, por mis compatriotas”, relata entusiasmada la enfermera.
Marisa es, sin dudas, como un ángel de la guarda para cientos de chiquitos paraguayos y el símbolo de salvación de sus padres.
Ella, así como todo el hospital, asiste a los niños paraguayos sin mirar su procedencia.
“Mi lucha, además de ayudar a salvar la vida de mis chiquitos paraguayos, es lograr que nuestro país adopte una política de salud más efectiva, para que ya nadie tenga que cruzar la frontera para seguir viviendo. Si en Paraguay se hacen bien las cosas, se podría evitar el sufrimiento y la peregrinación de cientos de familias”, se quejó.
Durante todo este tiempo, por sus manos pasaron decenas de madres solteras, sin plata y sin ropa, así como hasta un ministro de Salud de Paraguay que tuvo que ir a mendigar atención en Argentina. Uno de sus sueños es concretar una relación de ayuda mutua entre Paraguay y Argentina.