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Numerosos niños pasan sus días en las calles asuncenas mendigando. Esa es habitualmente la triste realidad que puede observarse por ejemplo frente a la iglesia de la Recoleta, sobre la Avda. Mariscal López casi Choferes del Chaco, a pasos del Buen Pastor.
La imagen no es diferente en estos días. Pequeños de todas las edades, desde la más tierna infancia, sufren los embates de la extrema pobreza, la falta de educación y la negligencia de los adultos.
Violencia, múltiples maltratos, hambre, sed, frío, dolor, tristeza, nada de lo que nadie querría para sí o sus seres queridos.
Este sábado último –alrededor del mediodía–, los chicos correteaban en la placita o descansaban sentados en el suelo, mientras numerosos adultos, mujeres y hombres igualmente estaban sentados, conversando, tomando tereré, como acampando por ahí y aguardando que algo les caiga de arriba.
Luego los chicos siguieron con su trajín de solicitar monedas a los automovilistas, o se subieron nuevamente a los micros para realizar malabares y mendigar.
Esta es una realidad que lacera, crispa y debería motivar a la acción. Y es el rostro más visible de la infancia en situación de riesgo. Pues también ella sufre en el campo, en olerías, o en situación de criadazgo, tan comunes en nuestro país.
Ante la semana por los derechos de la niñez, y en las cercanías de conmemorar el Día del Niño, el clamor por un Estado presente, con un efectivo sistema de protección, puede verse reflejado en cada rostro de nuestros pequeños héroes.