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Una vez más, el panorama es aterrador, escalofriante, devastador.
Bebés, niños, adolescentes en riesgo, que mendigan, o venden artículos, cerca de los semáforos capitalinos.
Ayer, en un día tan romántico como el de San Valentín, mientras la mayoría se encontraba absorta entre corazones, ramos de flores y grandes peluches, los pequeños seguían con su triste trajinar callejero, en medio de sus ya habituales peligros: la inclemencia del tiempo, el caótico tránsito, la acostumbrada violencia.
Lejos de la inclusión social, y del cumplimiento de sus derechos como seres humanos, sufrían los embates de la realidad que les toca vivir: extrema pobreza, gran tristeza, exclusión, abandono.
Ayer unos vendían frutas y otros comercializaban ramos de rosas, o globos en forma de corazón, mientras algunos solicitaban monedas o limpiaban vidrios. En la generalidad de los casos, los adultos –como casi siempre– estaban ubicados no muy cerca, aguardando la recaudación.
Es lamentable que nuestro presente siga siendo pisoteado por nosotros mismos. Por el Gobierno, por las organizaciones gubernamentales pertinentes, por las organizaciones no gubernamentales (ONG), y también por la ‘ciega’ ciudadanía.
Pues pareciéramos todos ciegos ante tal realidad, de chicos que no van a la escuela, no juegan en su barrio, o en su casa, no ríen, sobreviven.
¿Dónde quedaron las famosas promesas de favorecer a los excluidos? Pues, como siempre, en ninguna parte. Solo vanas promesas.
De todos modos, los niños, las niñas del Paraguay en situación de riesgo, cada día, con sus tristes, enfermos y abandonados rostros, le recuerdan cada día al presidente Horacio Cartes (y a su equipo de gobierno), que es su obligación como gobernante cumplir con su cometido de proteger y cuidar con amor a la infancia.
cmedina@abc.com.py
Fotos: Virgilio Vera