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Cuando estalló la Guerra del Chaco (1932-35), muchos de los soldados que eran ex alumnos salesianos y los capellanes salesianos, como los sacerdotes Ernesto Pérez Acosta, Lévera, José Domingo Molas, acudían a María Auxiliadora para implorar su bendición.
Una gran parte de esos soldados salían de la parroquia María Auxiliadora de Concepción. Se concentraban en los patios del colegio salesiano San José. Allí se hacía la misa campal y luego iban al Chaco para defender la heredad nacional.
En Asunción, en cambio, estaba el famoso padre Rafael Elizeche (pai Elí), capellán de la Marina. Era salesiano y animaba a los soldados de una forma muy especial, de tal modo que les pedía que encomendaran sus vidas a la Virgen para salir victorioso.
La congregación salesiana distribuyó a los soldados 70.000 medallas de aluminio de María Auxiliadora para que cada uno llevara en el pecho a la protectora. Esa fuerza moral espiritual sirvió para alcanzar resonantes victorias del Ejército paraguayo.
En reconocimiento a esta protección, al término de la guerra, el general José F. Estigarribia sacó un decreto que declaraba a María Auxiliadora patrona del Ejército victorioso del Chaco paraguayo. El obispo Emilio Sosa Gaona hizo lo mismo y la declaró con el mismo título.
Fue una gran distinción para la Virgen, más aun proviniendo de un masón, como fue Estigarribia.
El padre Carlos Heyn relata que, en cierta oportunidad, encontró en Areguá a una persona que cuidaba el puesto de comando de Estigarribia y con él confirmó la devoción del militar hacia la Virgen. Dijo que en ese sitio tenía un altar donde estaba María Auxiliadora, a la que el militar siempre prendía velas antes de cada batalla. El resultado siempre fue la victoria.