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El Evangelio de hoy nos muestra a Jesús en el desierto, sufriendo las tentaciones que Satanás le propone. Eso nos revela dos características profundas de la realidad humana: el espíritu maligno existe, es el “Padre de la mentira” (Jn 8,44) y trata de engatusarnos con mucha fineza. Por otro lado, las tentaciones del hombre Jesús son las del ser humano de todos los tiempos.
Jesús lucha contra las tres seducciones que nos machacan a lo largo de la existencia: la búsqueda del placer, lícito o ilícito; el gusto del poder y de ser “pelota jára” y, finalmente, la brutal inclinación por tener más dinero, usando cualquier medio.
En el Padrenuestro Él nos enseña: “No nos dejes caer en la tentación”, porque las concupiscencias están muy cerca de nosotros y son cautivantes: hay que prepararse para ser más fuerte que ellas.
El papa Francisco, hablando sobre los apegos materiales, sostuvo: “Sabemos que este mundo siempre más artificial nos hace vivir en una cultura del ‘hacer’, del ‘beneficio’, donde sin darnos cuenta excluimos a Dios de nuestro horizonte”.
Felizmente, nosotros tenemos muchos recursos para refrenar las insidias del enemigo, empezando por una fe humilde y bien cultivada. Acercándonos al Señor podemos contar con su poderosa ayuda y, alimentando nuestra fe con la oración y la participación dominical de la Eucaristía, entendemos mejor lo que pasa en nuestro corazón y salimos robustecidos.
Es cierto que el ayuno no es bien comprendido en nuestra época, donde se busca la satisfacción inmediata de los cinco sentidos. A lo sumo, se hace ayuno por una cuestión de dieta terapéutica o para bajar algunos kilos de la silueta.
Entendamos que el ayuno es muy útil para ejercitarnos en la autodisciplina, pues todo en la vida tiene que tener límites; es arma poderosa para vencer el egoísmo, que tan fácilmente nos traiciona; es recurso eficaz para abrir nuestro corazón a Dios y, también nos confiere fortaleza emocional, ya que uno se vuelve dueño de sus emociones y no es zarandeado fácilmente por impulsos desubicados.
De manera más intensa todavía, el ayuno nos impulsa a la caridad, pues de lo que uno se priva es utilizado en beneficio de un hermano necesitado. Todo esto no permite caer en la tentación, como Cristo, que ayunó y la venció.
Paz y bien.
hnojoemar@gmail.com