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La liturgia como un curso ordenado, eficaz e ilustrado de doctrina, de ascética y de mística nos ambienta este tiempo, que es el de la Semana Santa con acontecimiento vividos por Jesús en ese tiempo, pero es muy importante indicar que la liturgia no tiene el solo motivo de recuerdo cronológico, sino más bien el de celebrar un acontecimiento que, por tanto, sucedió pero sigue siendo eficaz como acontecimiento que deja un mensaje de salvación para todo aquel que busca la perfección, la santidad, la plenitud, la felicidad. Por eso, la Iglesia denomina memorial, es decir una memoria viva que continúa realizándose hasta la eternidad.
El memorial es la re-praesentatio de lo que se conmemora, la presencia real de lo que pasó históricamente y que se comunica aquí y ahora, de manera eficaz (cf. mercaba.org/VocTEO/M/memorial.htm).
Dicho esto, nos abocamos a lo que tenemos litúrgicamente el día después del Domingo de Ramos. En el ordo litúrgico, o el indicador para la liturgia, se presenta este día con el nombre de la Unción en Betania y refiere al pasaje del Evangelio de San Juan que se establece para la Misa (Jn 12, 1-11).
El texto viene indicado incluso con un dato cronológico y dice “seis días antes de la Pascua” y describe lo que Jesús hizo, que se retira a Betania y menciona otro hecho que ya ha ocurrido con Lázaro. Se dan detalles de atención a Jesús; que el ambiente era familiar, ameno y de confianza pues le ofrecen un banquete; describe incluso la tarea de los anfitriones: Marta servía. En medio de todo ello aparece María, hermana de Marta y Lázaro, con un frasco de perfume valioso con el cual unge los pies de Jesús.
Este hecho es cuestionado por Judas Iscariote, reclamando que el costo del perfume podía haber sido orientado a los pobres; sin embargo, Jesús se manifiesta complacido con aquel gesto, indicando con unas palabras que ha hecho “una obra buena”.
El contexto inmediato es un banquete que celebra un acontecimiento vivido por la familia y es la resurrección de Lázaro, fiesta por el retorno a la vida y en ese banquete se hace mención de las actitudes de todos quienes intervienen en el encuentro.
Definitivamente, la presencia de Jesús en la vida de una persona, de una familia, de una comunidad, suscita iniciativas diversas, por un lado la hospitalidad y el tiempo para celebrar la vida compartiendo generosamente la alegría del encuentro y el gozo de los logros. Para que ello se produzca intervienen todos, de una manera especial los anfitriones, y cada uno hace lo suyo para el brillo del acontecimiento.
Así, se menciona que Marta servía. Ese servicio es la descripción no solo de lo que hacía sino la explícita indicación de la actitud que tiene quien encuentra a Jesús y lo tiene como Maestro. La actitud del discípulo es la del servicio; actitud que exige de uno mismo entender su tarea de manera adecuada, es decir, quién soy yo y cuál es mi mejor aporte para esta situación. De esta manera el discípulo de Jesús es un verdadero comprometido con su realidad. Es alguien que se reconoce bendecido por el Señor, es alguien que supera las limitaciones del egoísmo, la envidia y la soberbia y se empeña en dar lo suyo, recibiendo el beneplácito de la misma acción. Es también aquel que supera el propio complejo del fatalismo y de la desilusión de que ya nada se puede hacer.