Lunes Santo: unción en Betania

Hoy, la liturgia adelanta la unción de Jesús. Y es una mujer quien lo hace. Es una unción de sepultura realizada en vida faltando seis días para la Pascua.

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Se nos llama a dos cosas, al gesto de amor y de pertenecer públicamente a Jesús honrándolo con la unción con perfume; y todo el desamor de quienes no le aceptan como Mesías y no quieren adherirse a su persona y su mensaje.

Si bien existen varios personajes con actitudes diferentes en el texto, sin embargo, siempre el centro es Jesús, quien se prepara para donarse por los pecadores, pero por quien valdría la pena ofrecer todo lo que somos porque nuestra vida le pertenece.

Camino a Jerusalén, Jesús habituaba descansar en casa de familias amigas. En este caso sus amigos muy cercanos son Lázaro, Marta y María.

Jesús es ungido en Betania y habla del sentido de aquella unción en orden a su sepultura. Al mismo tiempo se acentúa la malicia judía, que intenta eliminar a Lázaro, porque por su causa muchos creían en Jesús. Nombrar a Lázaro es para demostrar el poder que tiene Jesús para resucitar. Están en la mesa: Lázaro, a quien Jesús lo resucitó después de morir, Marta, quien servía y María, quien ungía a Jesús con un perfume costosísimo, demostrándole su amor profundo y rebosante de generosidad.

“La generosidad es la virtud que nos conduce a dar y darnos a los demás de una manera habitual, firme y decidida, buscar su bien y poner a su servicio lo mejor de nosotros mismos, tanto bienes materiales como cualidades y talentos”. Recuerdo cuando estuve sirviendo en Lambaré en una hermosa comunidad, donde hemos organizado un evento multidisciplinario denominado fiesta de la generosidad. Y produjo tanta alegría en la comunidad haciendo que los miembros encararan con una mirada de fe, involucrando a toda la estructura interna de la comunidad parroquial y abrirse a otras parroquias, a otras culturas y religiones. Con ello hemos aprendido que una pizca de generosidad venida de Dios acogida y compartida con los hermanos abre tantas puertas para sembrar el amor con mucha fe.

Quien cuestiona es Judas Iscariote, llamando derroche al perfume derramado sobre los pies y cabeza de Jesús. Judas protesta porque supuestamente con el dinero de ese perfume (eran unos 300 denarios, equivalente a la remuneración de todo un año de un obrero común), se podía ayudar a muchos pobres, aunque el evangelista habla de que él quería poner las manos en la bolsa, es decir, era un ladrón, lo que le movía era la avaricia para hablar en esos términos.

Existen personas que utilizan abundantemente la palabra “pobres” pero sus corazones están lejos de ellos. Más bien buscan cuidar sus propios intereses (sean bienes materiales, dinero o prestigio de poder) y los pobres así llegan a ser medios para lograr sus propios fines. Es una lección maravillosa la del papa Francisco, escogiendo el nombre en honor a San Francisco de Asís, quien vivió pobremente y optó por acompañar a los pobres para que vivan más dignamente, porque Jesús vino a identificarse con los más pequeños (cf. Mt 25, 40).

De ahí que cuidar ayudando a Jesús y cuidar ayudando a los pobres vienen del mismo acto de amor y de fe, ya que Él se identifica con ellos.

Algo muy peculiar que resalta el evangelista Juan es que María, sentada a los pies de Jesús, estaba escuchando su palabra. Ella escogió la parte mejor y nadie se la privaría de tal privilegio. Es la actitud del verdadero discípulo, que escucha la Palabra del Maestro. Téngase presente que la escucha en la cultura judía se traduce por ser obediente para nosotros (en guaraní: iñe’ê rendu). Pues el verdadero discípulo tuvo que pasar por la conversión y previamente por el encuentro profundo y fascinante con Jesucristo vivo. Nadie después de un encuentro puede continuar y permanecer igual, algo necesariamente tuvo que haber cambiado. El discípulo que está enamorado de Dios, entra en comunión con la comunidad y con el mismo Dios y con esa fuerza nutrida permanentemente sale a compartir esa experiencia.

Entonces desde el encuentro se da la conversión, porque solo Dios puede cambiar a la persona, cuando empieza a cambiar, le quiere seguir y luego quiere entrar en comunión permanente con él y salir siempre a compartir con los demás la alegría de la llegada de Dios en su historia (cf. Documento de Aparecida 276-278). Por eso, la actitud de María, como discípula que se encuentra con Jesús, significa que ha cambiado de vida y siente la necesitad de estar con Él.

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