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En los primeros tiempos, los asuncenos no necesitaban de otras fuentes de agua más que su cristalina bahía, sus manantiales y arroyos que regaban a la ciudad por doquier, según el historiador Ricardo Lafuente Machaín.
Luego aparecieron los primeros pozos excavados en el siglo XVII y también los aljibes, muchos de ellos eliminados tras la irrupción del agua corriente de la Corposana, inaugurada en agosto de 1959.
Pero no pocos mantienen aún sus bóvedas llenas de historia y anécdotas bajo losas de cemento, pisos de patios o con una presencia que casi pasa desapercibida en el ajetreo diario. Donde más se nota esto es en Loma Tarumá, en las inmediaciones de las calles República de Colombia y México.
En la casa de María Teresa Pozzoli y Pedro Gamarra Doldán, el aljibe está intacto y es parte de sus vidas. Lo hizo construir sus primeros dueños, don Carlos Hugo Kepler, casado con doña Blasia Enciso, en plena época de la Guerra del Chaco. “Carlos Kepler tenía un negocio muy grande en Bahía Negra y cuando vino la guerra y los constantes bombardeos lo malvendió y se vino con sus dos hijas a Asunción. No sé de dónde surgieron los obreros para estas casas, porque casi todos los hombres estaban en el frente. Debieron ser jovencitos de 15 años o menos”, relata Gamarra Doldán.
Se cuenta que el aljibe, además de la función de reservorio de agua, cumplía el papel de servir de escondite ante un eventual bombardeo de Asunción, lo cual explica sus reforzadas paredes de cemento pórtland.
Bernardo Gadea, el hijo menor de Don Gaspar Gadea, fundador de la Metalúrgica que lleva su nombre en la cima de la loma, muestra orgulloso el aljibe familiar que se conserva intacto en medio de un taller mecánico. “Se construyó bajo la supervisión de mi padre hacia 1932. Surtía de agua a toda la metalúrgica y a mucha gente en el barrio en tiempos de sequía. Además de recibir el agua de lluvia, se lo alimentaba con agua traída en toneles de 200 litros desde Villa Aurelia o Ñemby en una vieja camioneta Studebaker que tenía mi padre. Siempre tenía abundante agua”, recuerda.
Este aljibe también surtía al ex Liceo San Carlos, donde se reunían todos los revolucionarios de la Guerra Civil de 1947. “No pudo haber servido de escondite, porque siempre se encontraba lleno de agua, que se utilizaba para todo, incluso para beber”, aclara.
Para mantener la pureza del vital líquido, cada tanto se arrojaban al reservorio peces pequeños. “No sé qué tipo de pez era, pero no se usaban productos químicos”.
Un poco más hacia el centro, sobre la calle México, la familia de Stilver Cardozo y Stella Maris Ruttia también conserva su aljibe cubierto con helechos y un limonero. Su presencia es un vestigio de un tiempo que ha pasado, pero que permanece fresco en el recuerdo de muchos paraguayos.
Al paso del tiempo...
En 1925 se reglamentó el agua de pozo artesiano y la intendencia de Asunción debía autorizar a quienes deseaban dedicarse a la venta y reparto de agua en carritos de tracción animal.
En 1934 y en 1945, el Departamento de Salubridad de la Municipalidad de Asunción estableció normas y exigencias para la desinfección de pozos y aljibes de los negocios.
La modernidad fue desplazando a los aljibes y pozos con el surgimiento de la Corporación de Obras Sanitarias de Asunción (Corposana) creada en 1954 e inaugurada el 16 de agosto de 1959.
Una de las obras de gobierno del intendente Antonio Eulogio González (1959-1960) fue dotar de agua corriente a los mercados, plazas y jardines, edificios, instalaciones municipales y fuentes públicas. Suprimió el carrito aguador de pozos y aljibes y ejerció un control sobre el agua llevada puerta a puerta.
Fotos: Heber Carballo y Rudy Lezcar.