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“Todos ellos gastaron su vida en cumplir el mandato de Cristo de anunciar su mensaje “hasta los confines de la tierra” (Hch 1, 8). La fuerza salvadora y liberadora del Evangelio se hizo vida en estos tres abnegados sacerdotes jesuitas que la Iglesia en este día presenta como modelos de evangelizadores. Su inquebrantable fe en Dios, alimentada en todo momento por una profunda vida interior, fue la gran fuerza que sostuvo a estos pioneros del Evangelio en tierras americanas. Su celo por las almas les llevó a hacer cuanto estuvo en sus manos por servir a los más pobres y abandonados. Todos sus encomiables trabajos en favor de aquellas poblaciones –tan necesitadas de ayuda espiritual y humana–, todas sus fatigas y sufrimientos tuvieron como único objetivo el transmitir el gran tesoro de que eran portadores: la fe en Jesucristo, salvador y liberador del hombre, vencedor del pecado y de la muerte.
Los pastores y todo el pueblo de Dios que vive en Paraguay, así como de las otras naciones hermanas de la cuenca del Plata, cuyos dignos representantes están entre nosotros, encontrarán en estos nuevos santos modelos y guías seguros en su peregrinación hacia la Jerusalén, la patria celestial. El hecho mismo de ser venerados en todos los países del sur de este continente de la esperanza no solamente indica la vigencia de una fe que no conoce fronteras, sino que ha de estimularos a promover en estas naciones una conciencia cada vez más viva y operante del ideal cristiano de fraternidad, sobre la base de las comunes raíces religiosas, culturales y históricas.
“¡Señor, ...qué admirable es tu nombre en toda la tierra!” (Sal 8, 2), repetimos con las palabras del Salmo.....
Hace un momento, al solicitar oficialmente la canonización de los padres Roque González de Santa Cruz, Alfonso Rodríguez y Juan del Castillo, se ha pasado en reseña su vida santa, así como los méritos y gracias celestiales con que el Señor quiso adornarlos. En ellos, y en presencia de los frutos que obtuvieron en sus tareas de difusión de la verdad cristiana y de promoción humana, reconocemos las señales auténticas de los apóstoles, cuya vida está sólidamente edificada en la imitación de Cristo”.
“¡Señor, dueño nuestro, / qué admirable es tu nombre / en toda la tierra!” (Sal 8, 2), del discurso oficial que pronunció Juan Pablo II en Ñu Guasu.