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“Yo vengo con la carreta desde que nací. Nuestros abuelos y padres lo hicieron y ahora nosotros lo seguimos. Es una tradición que debe tener 200 años”, dice Ismael Ferrer Araújo (65), a quien acompaña las familias de sus tres hermanas.
Recuerda que, en su mejor época, la caravana se componía de 42 carretas, pero eso fue cuando eran adolescentes. Luego la cantidad fue menguando.
Los mayores van caminando al lado de las carretas en las que van solo los niños. Todos los elementos de logística llevan en vehículos.
“Por el camino mi mamá nos hacía juntar ka’arê y tapekue para el mate o para tomar el té al día siguiente. Ahora nos modernizamos y traemos nuestro café y té en saquitos”, recuerdan.
También traían vivas las gallinas y patos para faenar. Ahora la comida está toda preparada en conservadoras.
“Hay gente que nos critica y dice que sacrificamos a los bueyes con este viaje, pero las carretas no se cargan mucho. Están casi vacías. Nosotros pensamos que esto es mantener viva la tradición y son nuestras vacaciones. En vez de ir al Brasil nos preparamos todo el año para solventar este viaje, que no es barato”, explican.