La Semana Mayor de la Iglesia Católica

La Semana Santa empieza con la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén, sigue con la celebración de la Pasión hasta la Muerte y llega a la Resurrección. La Pasión y la Gloria, la Muerte y la Resurrección, angustia y alegría son ámbitos opuestos que se unen en una vida entregada por amor, en la vida de Jesús.

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En esta semana viviremos también nosotros el misterio, actualizándose en nuestro tiempo y en nuestra cultura: la entrada mesiánica de Jesús en Jerusalén (Domingo de Ramos), su unción en Betania (Lunes Santo), el anuncio de la traición de Judas y de las negaciones de Pedro (Martes Santo), la preparación de su celebración de la Pascua (Miércoles Santo), su última Cena y lavatorio de los pies, su traición, su entrega, su prisión (Jueves Santo), su juicio, su Pasión, su muerte (Viernes Santo), su descenso al lugar de los muertos (Sábado Santo) y su Resurrección (domingo de Pascua).

La invitación no es a vivir el itinerario (y gran acontecimiento de vida) como espectadores, desde lejos, mirando lo que pasa, sino fundamentalmente a saborear, entrando en cada escena para padecer, morir y resucitar en y con el Señor Jesús.

Fue obediente hasta la muerte, y muerte en cruz

El Evangelio de este domingo de Ramos es el de San Lucas. Se concibe que Jesús hace un largo viaje a Jerusalén donde debe cumplir su obra fundamental, y estamos llegando al final de este viaje. También contemplamos a Jesús en su momento más doloroso. Cuando vemos el beso de Judas nos recuerda cuánta traición puede estar detrás de personas que venden a su hermano por un par de monedas.

Los ritos litúrgicos del Domingo de Ramos están conmemorando y actualizando (es decir, sucediendo en este tiempo y lugar lo que pasó hace más de 2.000 años) el paso de Jesús de la muerte a la Vida, para que también todo el pueblo fiel, unido en el Señor Jesús, pase también de la muerte a la Vida. Es participar (formar parte) de ese misterio que se realiza en nuestra misma cultura, en nuestra misma comunidad.

Tenemos dos ritos en este domingo: conmemoramos la entrada de Jesús a Jerusalén y toda la proclamación de la Pasión. Las palmas, los pindó, significan el triunfo de Jesús sobre la muerte. Aunque también esa victoria se representa con la procesión presidida por el ministro y seguida por toda la asamblea convocada para aclamar “vivas” a nuestro Rey de reyes. Es una invitación a contemplar el sufrimiento pero mirando hacia la Pascua, hacia la Vida, que es Dios mismo y todo lo que viene de Él. Ojalá que no nos quedemos en el hecho histórico solamente, sino que celebremos en la dimensión de lo sagrado, para entender que Jesús entra en la Jerusalén del mundo, en la Jerusalén de nuestras familias, de nuestras comunidades donde deben convertirse en la Jerusalén celestial.

Gracias a esta mirada, nos damos cuenta de que la cruz de cada día ya tiene sabor a Pascua, que todos los sufrimientos y padecimientos actuales ya gozan del cielo. Es el encuentro entre el cielo y la tierra, entre lo divino y lo humano, entre lo eterno y lo temporal, entre lo finito y lo infinito. Pues “para Dios nada hay de imposible” (Lc 1, 37).

Obediencia fiel y humilde

Seguramente en la carta de San Pablo a los filipenses 2,6-11 se encuentra la síntesis de todo lo que Dios quiere comunicarnos en este día y en esta semana, cuando dice: “Jesucristo, que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres. Y presentándose con aspecto humano, se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz. Por eso, Dios lo exaltó y le dio el nombre que está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos, y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre: ‘Jesucristo es el Señor’”.

El gesto de humildad, de despojo de todo prestigio, asumiendo la causa de la humanidad por quien viene nuestro Dios, es modelo de actitud para todo creyente llamado a servir en el mundo. También es un llamado a todo gobernante o persona que tiene la responsabilidad de servicio a la comunidad, a asumir dicha actitud porque todo poder o autoridad solo vienen de Dios.

Para nosotros resulta muy significativa la actitud de nuestro papa Francisco (tal vez como un signo de los tiempos), quien con sencillez y humildad inicia su ministerio de cercanía y acogida a la gente para ser fiel a la voluntad de Dios, no solo por sus propias fuerzas sino fundamentalmente por la potencia de la Gracia de Dios.

Te pedimos perdón Señor por nuestro orgullo, nuestra soberbia, porque muchas veces queremos estar por encima de los demás, sin respetar la dignidad de la o las personas con quienes compartimos nuestras vidas. Perdón por dejarnos consumir por el ambiente materialista y relativista a los placeres del momento y que opacan ser y hacer plenamente felices.

Gracias de corazón por mostrarnos cómo ser humildes. Solo el humilde se reconoce necesitado de los demás y fundamentalmente de Ti. Necesitado de cariño, de diálogo, de reconocimiento, de amor, de una familia, de amigos, de creer y confiar. Gracias por regalarnos tus padecimientos para mostrarnos que también es un camino de fe hacia la Pascua.

¡Hosanna!

“Originalmente, esta era una expresión de súplica, como: ‘¡Ayúdanos!’. En el séptimo día de la fiesta de las Tiendas, los sacerdotes, dando siete vueltas en torno al altar del incienso, la repetían monótonamente para implorar la lluvia. Pero, así como la fiesta de las Tiendas se transformó de fiesta de súplica en una fiesta de alegría, la súplica se convirtió cada vez más en una exclamación de júbilo. La palabra había probablemente asumido también un sentido mesiánico ya en los tiempos de Jesús. Así, podemos reconocer en la exclamación ‘¡Hosanna!’ una expresión de múltiples sentimientos, tanto de los peregrinos que venían con Jesús como de sus discípulos: una alabanza jubilosa a Dios en el momento de aquella entrada; la esperanza de que hubiera llegado la hora del Mesías, y al mismo tiempo la petición de que fuera instaurado de nuevo el reino de David y, con ello, el reinado de Dios sobre Israel” (J. Ratzinger-Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, II. Desde la Entrada en Jerusalén hasta la Resurrección).

Son los ¡vivas o hurras!, que comúnmente hacemos en las fiestas patronales de nuestras comunidades y de petición al mismo tiempo de la soberanía de Dios en nuestras vidas. Como nuestra cultura es muy espontánea, es fácil animar con esta experiencia a nuestra gente por la llegada de nuestro Salvador.

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